donar

Por Hermana Mary Bilderback

En mi reciente viaje a la frontera me perseguía un poema.

W. H.Auden toma la pintura de Brueghel, La caída de Ícaro, como tema de su poema «Musée des Beaux Arts» (Museo de Bellas Artes). Si no conociéramos el mito de Dédalo e Ícaro, hay en la pintura un detalle extraño en el ángulo inferior derecho: unas piernas hundiéndose en el mar. Bien pudieran ser de un labriego refrescándose después de un duro día de trabajo, o de un niño escapándose de la escuela en una tarde soleada. Es una escena pastoral completa con arado y caballo, pastor con oveja, todos viviendo sus vidas, como un majestuoso buque mercante mantiene su curso.

Pero conocemos la narración y sabemos que justo bajo esas piernas blancas hay unas alas fantásticas elaboradas con pequeñas ramas, plumas y cera, y con el anhelo de libertad.

El mito griego es sobre un papá y su hijo arriesgando sus vidas para escaparse de un rey tirano que los encerró en el laberinto. El único modo de escapar este laberinto es por arriba. Inspirados por los pájaros, elaboran alas para evitar la muerte certera que les espera si se quedan ahí. Durante el vuelo se separan. El niño vuela muy cerca del sol. Las alas de cera se deshacen. _x0002_

En su poema, Auden amplifica el chapuzón que Brueghel suspende entre la vida y la muerte:

«Sobre el dolor jamás se equivocaban,
los Antiguos Maestros: lo entendían muy bien
su expresión en el hombre; cómo ocurre
mientras algún tercero está comiendo o abriendo una ventana
o simplemente caminando por ahí…» (se omiten 9 versos)

«Por ejemplo, en el Ícaro de Brueghel: cómo cada elemento
de la espalda al desastre despreocupante; quizás el labrador
escuchó el chapuzón, el grito ahogado,
pero eso para él no era motivo de inquietud; el sol brillaba
como debía brillar sobre las piernas blancas que desaparecían
bajo las aguas verdes, y ese barco, tan caro y elegante
que ha de haber asistido a algo asombroso, un chico desplomándose del cielo,
tenía que llegar a algún lugar, y siguió navegando mansamente»


* W.H. Auden, poema traducción al español tomado de: http://hablardepoesia.com.ar/2017/07/07/auden-paisaje-con-caida-de-icaro/

Es propio de la metáfora el perseguirnos. Nos puede mover de la comodidad y el sufrimiento de nuestras vidas al lugar donde comienza la vida; como una comunión misteriosa.

Antes del día de Acción de Gracias un grupo de nosotras, de cinco estados y Washington, D.C., viajamos a la frontera de México con los Estados Unidos; una línea imaginaria de 2.195 millas al norte del Ecuador. Nuestros amigos astronautas no mencionan ni una línea divisoria desde el espacio. No obstante, la tocamos, una barrera sustancial construida bajo un concepto más endeble y reforzada con un carrete tras otro de malla para gallinero y alambre de púas, en ambos lados se ve seriamente mortal y bolsas blancas de plástico las cubrían alrededor, hacia atrás y adelante del muro como bandadas de buitres.

Fuimos porque queríamos visitar a los niños encerrados en los campos de detención en Tornillo, Texas. Queríamos saber cómo era uno de sus días malos; quién los atendía, si podían jugar y rezar y cantar; qué estaban aprendiendo.

La organización de nuestro grupo corrió a cargo del Equipo de Justicia del Instituto de las Hermanas de la Misericordia de las Américas, y fuimos muy bien alojadas por el Padre Bob Mosher en el Centro Misión Columbano en El Paso, Texas. Éramos los extraños que llegamos a ser amigos; se formó una comunidad ad hoc alrededor de una misión que se aferraba al corazón.

Nos sentamos en silenciosa meditación cada mañana. Por la tarde compartíamos los detalles más sutiles y reflexiones crudas de lo que habíamos visto ese día. Compartimos alimentos, poemas, quehaceres y risas. Compartíamos nuestras fuerzas y nos animábamos mutuamente. Alguien citó a un sabio, diciendo: «Lo que solo podemos hacer, no lo podemos hacer solos».

Caminamos una mañana a través del Puente Santa Fe hacia Juárez, México. Visitamos la clínica memorable del Dr. San Juana Mendoza y una iglesia en Anapra decorada por los parroquianos para el día de los Muertos con cruces hechas de sal, reposando en camas de pétalos naranjas de caléndulas, como reflejos de agua cristalina ante los altares. La Hermana Betty Campbell y el Padre Peter Hinde nos recibieron en su hogar santuario rodeado de murales pintados a mano recordando a las decenas de miles de fallecidos o desaparecidos; vidas perdidas en la pobreza y la violencia, almas que han tocado a sus almas. Caminamos esa dura noche de regreso por el Puente, con más preguntas de las que habíamos llevado. En El Paso hablamos con agentes fronterizos y un abogado de la oficina para los servicios diocesanos del inmigrante y refugiado. Nuestras preguntas se hicieron más hondas.

En la mañana tomamos parte de una vigilia interreligiosa llevada a cabo a las afueras del campamento en Tornillo, nos detuvimos en una tienda de abarrotes que vendía de todo, desde calcetines hasta nueces. Compramos cosas ligeras para comer, almendras saladas y refrescos. La coca-cola era más segura y barata que el agua. Y en un capricho normalmente prohibido, compramos muchos globos rojos en forma de corazones para los niños; como un mensaje embotellado que esperábamos descubrirían a la deriva en el cielo desierto, repitiendo el mantra que queríamos dejar: «No están solos». agua. Y e

Llegamos al campamento, era, como esperábamos, fuera de todo límite. De las imágenes mediante drones sabíamos que era un laberinto de tiendas, arregladas simétricamente en medio de la nada. La presencia de estos campamentos era oscurecida por los campos polvorientos de algodón que también absorbían el ruido de su existencia. Autobuses blancos brillantes con ventanas cubiertas entraban y salían del recinto secuestrado. Ese día había otro tráfico por el camino, era un desfile interminable de grúas llevando autos chatarra a un terreno al otro lado de la frontera, en México.

Estudiantes, rabinos, músicos, monjas, artistas, sacerdotes, educadores y abuelos participaron en la vigilia. Cantamos, rezamos y pensamos mucho sobre el por qué los niños y las familias tienen que huir de sus casas. Nos aproximamos tanto como pudimos a las carpas cantando «No están solos», pero los altavoces dentro de las carpas opacaban nuestras voces. No vimos a los niños ni ellos nos vieron. Nunca supimos lo que pasaba dentro de esas carpas. Estábamos ahí ese día para testimoniar, no para una desobediencia civil. Soltamos los globos rojos en forma de corazón y nos retiramos.

Nuestro grupo regresó desde ya hace dos meses. Por mi parte, estoy teniendo dificultad para regresar a mi vida «delicada y costosa». Quizá deba regresar. Quizá tuve que haberme quedado en casa. ty46 \lsd

Pero hay buenas noticias ahora de parte de Joshua Rubin, que se ha mantenido afuera de los campamentos por meses: se está clausurando el campamento en Tornillo. Los niños irán con sus familias. Qué bueno que fuimos.

Ese viaje continúa persiguiéndome. ¿Cómo deberé vivir?

Nuestras hermanas y hermanos están huyendo de sus hogares, por todo el planeta. ¿Por qué? able

¿Tendríamos que huir del nuestro? ¿A dónde iríamos?

Estamos presenciando algo impresionante.

¡Hay niños cayendo del cielo! r           

Temblamos

No nos alejamos.