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Por la Hermana Marilyn Morgan

Muy temprano por la mañana del 31 de marzo, salí hacia McAllen, Texas para unirme a otras nueve personas del programa Testigos de la Frontera patrocinado por el Equipo de Justicia del Instituto. Había tres Hermanas de la Misericordia en el grupo: Phuong Dong, Joanne Whitaker y yo, y nueve miembros del personal laico/ asociadas. Nos dirigió Maggie Conley, directora del Equipo de Justicia del Instituto, y después se unió Jean Stokan, coordinadora de justicia del Instituto para inmigración y no violencia. Dedicamos una semana a la frontera teniendo como base diferentes sitios de ARISE, un servicio copatrocinado por la Misericordia que ayuda a inmigrantes en el área a llegar a ser autosuficientes.

Nuestros días estaban llenos, iniciando la primera tarde con la plática de una periodista/fotógrafa española que nos narraba su experiencia de dos «caravanas». Documentó sus viajes y también nos comentó de su viaje a Honduras donde comienzan muchas de las caravanas. Visitamos la patrulla fronteriza del Río Grande, en San Juan, Texas. Su prioridad principal es el terrorismo, seguido del tráfico de drogas, trata de personas y contrabando. Aprendimos sobre las muchas cosas que afrontan a lo largo de la frontera, incluso la trata laboral y sexual.

Visitamos un centro de descanso repleto de gente donde se suelen quedar mientras esperan el transporte que los lleva a sus patrocinadores en los Estados Unidos. La gente dormía en colchonetas en varios cuartos y trataba de elegir ropa de la que fue donada al centro. Mucha de esa ropa era demasiado grande para los niños. Cuando una madre encontraba algo que le podría quedar a su niño, eso era suficiente, no aceptaban nada más porque alguien lo podría necesitar. Los cocineros hacían consomé de pollo y lo tenían disponible todo el día, ya que las personas llegaban en diversos momentos. Pusimos mesas para que los niños se sentaran a comer mientras sus papas se formaban afuera de la cocina para tomar su comida. Su mirada hablaba de un viaje largo y difícil, de cansancio y de lo desconocido.

Hermana Marilyn Morgan, Jean Stokan, Hermana Joanne Whitaker, Manuela, Maggie Conley y Denise otra voluntaria, se reúnen frente a la puerta de la casa de Manuela en Alamo, Texas.
Hermana Marilyn Morgan, Jean Stokan, Hermana Joanne Whitaker, Manuela, Maggie Conley y Denise otra voluntaria, se reúnen frente a la puerta de la casa de Manuela en Alamo, Texas.

Escuchamos muchos testimonios a lo largo de la semana. Siempre hubo lágrimas cuando las personas compartían sus historias de dejar su país para intentar llegar acá y tener un nuevo comienzo. Nuestro grupo se dividió en dos y visitó a dos mujeres en sus hogares. Oímos cómo Manuela viajó y cómo después su esposo fue deportado, y luego la dejó por otra mujer. Ella no tiene papeles y vende cosas que ella misma hace para poder sobrevivir. Su hija pronto será lo suficiente mayor para tener sus papeles y así luego poder patrocinar a Manuela.

Al otro lado de la frontera, en Matamoros, México hablamos con personas que esperaban asilo. Muchos han estado aguardando ahí por un mes o más. No hay baños, ni regaderas, ni comida, ni agua, salvo lo que les llevan los voluntarios. Algunos traen carpas, o duermen con una manta de aluminio en el suelo de concreto. Mientras estábamos allí, una abuela reunió a todos los niños y los entretuvo con un cuento. La gente aguardaba con esperanza y paciencia que sus nombres estuvieran en la lista de ese día.

Me uní a este programa de Testigos de la Frontera por dos razones. Cuando vi por primera vez la invitación para ser voluntaria en la frontera donde necesitaban ayuda, no encajaba en mi agenda, por lo que cuando surgió la invitación para unirme al viaje en la primavera, pues, ¡ya lo podía hacer!

Hermanas Joanne Whitaker, Phuong Dong y Marilyn Morgan de pie junto a la valla de la frontera en Hidalgo, Texas.
Hermanas Joanne Whitaker, Phuong Dong y Marilyn Morgan de pie junto a la valla de la frontera en Hidalgo, Texas.

Mi otra razón fue mucho más profunda. Escuchamos, casi a diario, de la situación de quienes solicitan asilo pero están muy lejos y realmente no afecta mi vida diaria. Fui a ver y hacer la experiencia por mí misma, de la realidad de esta situación y de las causas fundamentales por las que vienen. Regresé a casa un poco abrumada por todo lo que habíamos visto y oído, pero no regresé a casa sola. Traje conmigo, en mi corazón, todos los rostros de quienes vi y conocí. Los traje a la cruz del Viernes Santo. Y me traje sus historias mientras trato de difundir las noticias de lo que vi y oí. Son mis hermanos y hermanas. Están llamando a nuestra puerta. ¿Quién estará ahí para abrirles?_x0002_