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Las puertas están cerradas, pero nuestra Iglesia está viva

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Por la Hermana Kathleen Mary O’Connell

¡Mi Iglesia no está cerrada! Es verdad que las puertas de las edificaciones se encuentran cerradas y nuestras celebraciones litúrgicas nos llegan tal vez a través de las redes sociales, con nuestras oraciones más personales y privadas, pero la Iglesia no se ha cerrado. Sigue viva y sana porque –tú y yo– somos la Iglesia.

El hecho es que aún veneramos a nuestro Dios de manera diferente, pero auténtica. Sí, no podremos «ir a Misa», pero estamos haciendo viva la admonición final de cada Eucaristía: «Ve y sirve al Señor y a los demás». Este es un aspecto importante de nuestra fe; el servicio a nuestros hermanos y hermanas.

Y, ¿quién es ese a quien servimos? No es otro que Cristo mismo. Recuerda que Jesús nos dijo: «…todo lo que hicieron por uno de estos mis hermanos, por humildes que sean, por mí mismo lo hicieron». Lo que podemos ver ahora son múltiples ejemplos de personas que realizan el ministerio unas a otras, cuidándose unas a otras de manera creativa y amorosa. Nos estamos dando cuenta de que somos comunidad, que somos familia. La bondad y el amor que están en cada uno de nosotros, ocupan un primer plano mientras nos acercamos unos a otros.

Mira a tu alrededor a todas las cosas maravillosas que están sucediendo en nuestros vecindarios y ciudades. Es una señal enorme de esperanza para nuestro mundo. Cada uno de nosotros, a nuestra manera y lugar, es parte de esta señal de esperanza. Gracias por ser esa señal.

Parroquia de San Francisco y Santa Clara. Waterloo, Nueva York
Parroquia de San Francisco y Santa Clara. Waterloo, Nueva York

Nuestras calladas acciones son muestra de que nuestra Iglesia NO está cerrada. Está viva y sana en las personas que viven el mensaje del Evangelio. Sabemos que pronto las puertas de nuestras edificaciones se abrirán. Pero será una comunidad diferente la que se encuentre para la liturgia. Yo espero que hayamos aprendido las lecciones que el Amor nos ha enseñado.

Y por eso oramos: Señor, te agradecemos por los dones de esperanza que hemos recibido de otros. A cambio, déjanos entregar a quienes lo necesitan una mano amiga, una palabra de consuelo, un signo de esperanza. Permítenos ser “Eucaristía” para el otro. Amén.