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Por Naiomi Gonzalez, Voluntaria de la Misericordia – Cincinnati, Ohio

Adaptación con permiso del Cuerpo de Voluntarias y Voluntarios de la Misericordia

Me gusta planificar. No sólo quiero saber cuál será mi próximo paso para alcanzar una meta, sino también los diez siguientes. Desde que era adolescente supe que quería hacer un doctorado. Aunque a menudo cambiaba de carrera (¿quería ser pastora? ¿capellana? ¿profesora?), lo que nunca cambiaba era mi objetivo de obtener ese título. No sólo porque las personas latinas están escasamente representadas en el mundo académico, sino porque, al haber crecido en una vivienda social, estaba desesperada por tener éxito y el mundo académico parecía ser mi mejor opción para conseguir cierta estabilidad.

En 2018 parecía que estaba cerca de lograr mi objetivo. Me habían aceptado en un programa de doctorado. Los siguientes cinco a siete años de mi vida estaban más o menos estructurados: dos años de estudio, un año desarrollando y defendiendo un portafolio, un año de enseñanza de un curso de pregrado, y dos o tres años trabajando y defendiendo mi disertación.

Pero ya se sabe lo que dicen de los planes mejor trazados: en 2020, el mío fracasó. El acoso y el racismo que sufrí en el programa de doctorado me hicieron imposible continuar. Decidí retirarme con una maestría en historia y pensar en mis próximos pasos. Sin embargo, mi abatido espíritu y la pandemia parecían restringir mis opciones. En aquel momento, dejar el programa de doctorado me pareció el fin del mundo.

Y, sin embargo, no lo fue. Después de un año de voluntariado y de vivir en un campamento de la Iglesia, encontré el camino hacia el Cuerpo de Voluntarias y Voluntarios de la Misericordia (CVM). Actualmente trabajo en el Centro Intercomunitario de Justicia y Paz (IJPC, por sus siglas en inglés) en Cincinnati y me encanta.

Cuando dejé el programa de doctorado, pensé que tenía que despedirme definitivamente de la investigación de temas que me interesaban y que había destruido mi única oportunidad de hacer algo significativo y que me gustara. También tuve que luchar contra el sentimiento del fracaso: el mundo académico había sido lo único en lo que yo tenía buen dominio y, sin embargo, no había conseguido un doctorado.

Pero mi estancia en el IJPC y en el CVM me ha demostrado que estaba equivocada. En el IJPC, estoy desarrollando un certificado en Promoción de la paz. Combino mi gran amor por la investigación con la escritura y la enseñanza, y dedico mi tiempo a investigar temas de paz, sobre violencia y no violencia, que me preocupan profundamente. Hago un trabajo que puede, de alguna manera, hacer del mundo un lugar mejor y menos violento. Además trabajo en un ambiente solidario en el que mis compañeras y mi supervisora creen en mí y me escuchan.

El CVM y el tiempo que he pasado en el IJPC me han enseñado que puede haber un propósito fuera del mundo académico. Mi autoestima no tiene por qué estar ligada a los títulos que tengo o no tengo. He aprendido que hay gente que quiere apoyarme y ayudarme a tener éxito. También he aprendido sobre la importancia de estar abierta a nuevas oportunidades y a no estar tan concentrada en una sola posibilidad de acción.

No sé lo que me depara el futuro. Me gustaría que Dios me dijera: «Oye, Naiomi, después de este año tienes que hacer X, Y, Z», pero por alguna razón Dios no trabaja de esa manera (al menos en mi vida). Lo que sí sé es que, durante los próximos meses, estaré ocupada en un trabajo que me encanta y en un entorno en el que todas creemos y nos apoyamos mutuamente. Durante los próximos meses, trabajaré con otras personas para abogar por un mundo más justo y no violento. Puedo aprovechar este tiempo para elaborar nuevos planes y crear nuevos sueños. Y eso, es una bendición.


El texto original del blog  puede leerse en el sitio web del Cuerpo de Voluntarias y Voluntarios de la Misericordia