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Por Hermana Sheila Carney

Ellas llegaron en la época del solsticio de invierno cuando la tierra empezaba a volverse a la luz; en el día cuando las «Antífonas ‘Oh’» de Adviento nos piden rezar: «¡Oh Oriente, esplendor de Luz Eterna y Sol de Justicia! Ven y alumbra a quienes yacen en las tinieblas y en la sombra de la muerte».

Cruzaron el Atlántico en el barco Queen of the West; viajaron de Nueva York a Filadelfia y luego a Chambersburg por tren y posteriormente atravesaron las montañas Allegheny en carruaje a la ciudad de Pittsburgh. Llegaron en la oscuridad y el frío del invierno para ser una presencia de paz y un testimonio de la luz del amor de Dios. Hace 175 años hoy, se estaba celebrando el Día de Acción de Gracias en Pittsburgh. Nos congregamos hoy para agradecerles otra vez a ellas y a todas las mujeres de la Misericordia quienes han continuado su legado de servicio.

Ellas eran siete en total, «las elegidas de la comunidad Carlow» y Frances Warde era su líder. Tenía 33 años de edad y ya había fundado los Conventos de la Misericordia, escuelas y orfanatos en Carlow, Naas, Wexford y Westport.

emiendo que sus hábitos no resistieran la sal y el rocío del mar, Frances y sus compañeras se embarcaron en su viaje por el océano con vestimentas seculares. El atuendo seleccionado fueron los vestidos negros de cachemir y, mientras que seis de las hermanas llevaban gorras blancas ribeteadas con cintas blancas, Frances escogió una gorra de encaje negro con cintas de color lavanda. Esto es más que una observación de la moda, en realidad es reveladora de la individualidad, del espíritu libre, la adaptabilidad a las nuevas condiciones que fueron características de esta mujer que honramos como fundadora de las Hermanas de la Misericordia en los Estados Unidos. Traía consigo, el cimiento sobre el cual la comunidad sería establecida en este país, el fervor de Catalina por el servicio a las personas pobres, enfermas y sin educación y la particular preocupación por la mujer en nuestra comunidad.

Madre Frances Warde

Madre Frances Warde
Madre Frances Warde

¿Cómo podemos resumir de mejor manera su inmensa energía, creatividad y fervor por la misión? Durante su tiempo en Pittsburgh, se fundaron la Academia Santa María, el Orfanato St. Paul, la Escuela St. Paul Cathedral, la Escuela St. Patrick, el Hospital de la Misericordia, la Academia St. Xavier y la Escuela St. Vincent. En 1966, el año en que la ciudad de Pittsburgh celebró su bicentenario, la Sociedad Histórica de Pennsylvania Occidental la nombró una de las diez mujeres más influyentes en la historia de la ciudad. Ella fue de allí a fundar «personalmente quizás más conventos, escuelas, hospitales e instituciones para el bienestar social que cualquier otra líder religiosa del mundo occidental» (Kathleen Healy), y Austin Carroll lo registró en su obra Leaves from the Annals of the Sisters of Mercy que «es probable que la Iglesia de los Estados Unidos le deba más a ella (Frances) que a ninguna otra mujer que haya vivido».

Le encantaban los jardines y la música, era conversadora insuperable, tenía un sentido agudo de lo ridículo, una risa contagiosa y una manera referida como «majestuosa». Su pasión fue por los empobrecidos y su don especial por la educación religiosa de adultos. La esperanza que inspiró esta personalidad, este servicio, es su legado a nosotras.

Hermana Josephine Cullen

Como Frances Warde, Josephine Cullen tenía una aptitud particular por la instrucción religiosa de adultos y un fervor por las visitas a los enfermos. Se le describió como una mujer culta con una expresión agradable, una actitud cordial y una gran habilidad administrativa que demostró en una impresionante variedad de maneras —como segunda superiora de la comunidad en Pittsburgh, como primera superiora y directora en St. Xavier, como administradora del Hospital de la Misericordia donde también se desempeñó como encargada de admisiones, auxiliar contable y supervisora del dispensario. Todo esto durante nueve años. Se ganó el cariño de la gente de esta ciudad que incluso en su fallecimiento en 1852, se hizo una campana en su honor que ahora suena fuera de la casa madre. Es un campaneo que nos recuerda que somos llamadas a la esperanza de Josephine.

Las Hermanas Strange

Aloysia Strange era una novicia de velo blanco cuando llegó a Pittsburgh con su hermana Elizabeth y fue la primera Hermana de la Misericordia profesa en los Estados Unidos. Reconocida por sus habilidades docentes y organizativas, ayudó a Josephine Cullen en la administración en St. Xavier y sirvió allí en el profesorado. La esperanza de Aloysia por un ministerio fructífero y fiel en los Estados Unidos es nuestra misma esperanza.

En el momento de su fallecimiento, el Obispo Canevin dijo de Elizabeth Strange: «La Hermana Elizabeth dio 57 años de vida religiosa irreprochable y mucha energía cristiana a la gente pobre, desamparada, abandonada, que sufre o afligida. La recordamos como una mujer cristiana tierna, refinada, de dignos logros y modesta sencillez».

Elizabeth se desempeñó como Madre Asistenta de la comunidad por tres años, abrió una escuela en Hollidaysburg, pasó un año en Buffalo ayudando a una comunidad en su etapa inicial a establecerse allí, y enseñó por muchos años en St. Xavier. Fue una notable escritora de cartas y fiel corresponsal, tradujo libros espirituales del francés al inglés, escribió artículos para el diario Pittsburgh Catholic y explicó manuscritos de la comunidad. Su disposición brillante y sensible fueron signos de su esperanza.

Hermana Veronica McDarby

Por cuarenta años, Verónica McDarby abrió la puerta a los necesitados en Penn Street y Webster Avenue. Los pobres que iban al convento en busca de ayuda fueron beneficiarios de su especial cuidado, como también lo fueron las jóvenes, empleadas para ayudarla. A estas niñas, se nos ha informado, les brindó el cuidado de una madre, instruyéndolas con piedad mientras las capacitaba en las prácticas de la industria. Su encanto irlandés y su amabilidad alegraban a todas las personas que tocaban la campana del convento.

Verónica fue la única de las siete que no sirvió como voluntaria para la misión estadounidense. La esperanza que le permitió aceptar lo que vivió como una obediencia difícil, es la misma esperanza a la que somos llamadas.

Hermana Philomena Reid

Philomena Reid vivió solo dos años después de responder al llamado a la misión de Pittsburgh y estos caracteres se notaron en ella —tenía una preocupación especial por las mujeres e impartió lecciones de música continuamente. Entre las hermanas, fue amada por su disposición caritativa y amable, la cual fue emulada por su conformidad a la voluntad de Dios. La sencillez y confianza de Philomena fueron los pilares de su esperanza.

Madre Agatha O’Brien

Madre Agatha O'Brien
Madre Agatha O’Brien

Ella llegó a Pittsburgh como Margaret O’Brien, una postulante de 21 años. Después de dos meses, logró ser la primera mujer de la Misericordia en los Estados Unidos en tomar el hábito y se le llamó Agatha como nombre religioso. Se le describe como una mujer de destacable criterio, de aprensión rápida y devoción, con un sentido agudo al negocio, apreciación por el valor de los bienes y manera directa de solicitar dinero para lo que se necesitara.

Agatha ingresó a la comunidad como una hermana laica pero el obispo O’Connor la declaró una mujer «capaz de gobernar una nación» y sugirió que ella profesara como hermana de coro a fin de que la comunidad se pudiera beneficiar plenamente de sus innumerables talentos. Ella profesó sus votos en mayo de 1846 y en septiembre del mismo año llegó a ser la primera superiora de las Hermanas de la Misericordia en Chicago. Agatha llevó la esperanza de una nueva vida desde Carlow a Pittsburgh y luego a Chicago y todas somos llamadas a su misma esperanza.

La Misma Esperanza y Misericordia.

Ellas llegaron en la época del solsticio de invierno cuando la tierra empezaba a volverse a la luz; en el día cuando las «Antífonas ‘Oh’» de Adviento nos piden rezar que el Sol de Justicia alumbre nuestras vidas. Llegaron con un nuevo obispo a una nueva iglesia local en un país nuevo para encontrar aquí y revelar aquí la misericordia de Dios. Ellas vinieron con esperanza y fuimos llamadas a la única y misma esperanza cuando fuimos llamadas.