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Por la Hermana Dale Jarvis

«Dije adiós a la miseria». Estas palabras de una joven haitiana quedaron grabadas en mí desde que asistí a la graduación de doscientas mujeres del programa de Chemen Lavi Miyo (Camino a una mejor vida) en Gros Morne, Haití el 24 de enero como parte de Enfoque de la Misericordia en Haití. Habiendo vivido la vida de una mujer privilegiada en los Estados Unidos, y habiendo sido tratada con respeto como una Hermana de la Misericordia, no tengo idea de lo que es vivir en la miseria. Estas mujeres sí la tienen, y han vivido 18 meses pasando de la pobreza extrema a la fuerza y al valor. Ellas se mantuvieron firmes: pueden alimentar a sus hijos, tienen una casa donde vivir y tienen un futuro.

Nunca he pasado hambre, excepto por decisión propia. Quizás fue por un día, pero no más, y siempre con un propósito superior, como ser solidaria con los pobres o hambrientos. No obstante, siempre supe que podía comer cuando quisiera. No creo que participar en eventos o acciones en solidaridad con otros es erróneo, o poco sincero, pero ahora sé que la lección no es que realmente comprenda el hambre; eso nunca ocurrirá. Después de mis muchas experiencias en Haití, la lección —la pregunta— para mí es, ¿de qué soy responsable? ¿Qué puedo hacer para que otros no sufran hambre? ¿Para que las mujeres que no pueden alimentar a sus hijos ahora puedan no sólo alimentarlos, sino vestirlos y enviarlos a la escuela?

Lo que me sucedió en esa graduación es difícil explicar. Sé que lloré durante la mayor parte. Esas lágrimas me visitan aún ahora cuando recuerdo mirar el océano de mujeres cuyas vidas se transformaron, vidas que de muchas maneras son muy diferentes de la mía. Y sin embargo, en esa graduación, todas las vidas fueron alteradas. Escuché sus palabras y vi mujeres que han progresado de la miseria y se han convertido en mujeres fuertes. Las escuché decir, «Ahora tengo ocho cabras y seis pollos» y pensé en mi propio voto de pobreza, en mi deseo de vivir más humildemente y hacer lo que ellas hacen —alabar a Dios por lo que tengo.

Una foto de la multitud de doscientas graduadas del programa Chemen Lavi Miyo.
Una foto de la multitud de doscientas graduadas del programa Chemen Lavi Miyo. 

Soy la mujer que soy hoy debido a mi familia, debido a mi comunidad. Cuan poco puedo decir que he hecho por mí misma. Estas mujeres son realmente fuertes; ellas comenzaron sin nada, y hoy pueden decir, «Ahora si alguien me pide algo, puedo dárselo». Su gran alegría es que ahora lo pueden dar, no sólo recibir.

Hoy mi deseo es continuar llorando esas lágrimas, para poder ver con claridad lo que Dios me pide. Gracias, mujeres de los programas de Chemen Lavi Miyo, por darme la fuerza para ser la mujer de la Misericordia que Dios me ha llamado a ser. Ustedes son la inspiración. Mesi Anpil (Muchas gracias).