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Por Padre Bill Malloy, Asociado de la Misericordia

«Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, o sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero y te recibimos, o sin ropa y te vestimos? ¿Cuánto te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?»

Mt 25,37-39

Arte de Hermana Renee Yann
Arte de Hermana Renee Yann

Hay muchos modos de medir el éxito en la vida: la duración de los días, el valor de la cartera de inversiones, el resumen de los logros académicos o profesionales. Quizá este es el modo cómo el mundo evalúa los logros de una persona y los honra en consecuencia.

Pero Dios mide nuestras vidas con criterios muy diferentes y mucho más simples: cuánto hemos amado y qué tan bien hemos usado los dones que Él nos ha dado.

En la parábola de Jesús de las ovejas y de los machos cabríos, es de suma importancia el alimentar al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo y visitar al enfermo. Se logran mejor en la rutina diaria y sin buscar recompensa.

Tales son los momentos de la gracia que no ganan medallas u obtienen titulares. ¿Qué problema hay con una palabra amable, o el tocar a la puerta, o hacerte a un lado, o escuchar con paciencia o tratar a alguien con respeto? La única razón para hacer todas estas cosas es la genuina preocupación por la gente en necesidad.

Quizá nadie se dé cuenta, pero para Jesús estos actos de fe hacen toda la diferencia. Para Jesús, la verdadera medida en la vida no es el momento crítico sino el casual, no las cosas grandes sino las pequeñas.


La reflexión del Padre Bill se basa en las lecturas de la Biblia del Lunes de la primera semana de Cuaresma y se adaptó, con permiso, del folleto de Cuaresma de la Comunidad del Oeste Medio Oeste de las Hermanas de la Misericordia.