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Una Misericordia benevolente, grabada en la memoria

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Por Boreta Singleton, Asociada de la Misericordia

Soy afroamericana «católica de cuna». Aunque mi historia en la Iglesia católica, como mujer descendiente de africanos, ha sido complicada y en ocasiones dolorosa, sé que estoy en «casa» cuando estoy en una celebración litúrgica, sentada con un director espiritual en mi parroquia o en una casa de retiros, y en mi propio ministerio como educadora católica y administradora en los últimos 35 años.

A veces he sentido el desafío de la realidad de las instituciones católicas que no siempre reconocen entre sí los dones y talentos de quienes ética o racialmente son diversos. Siempre he asistido a escuelas católicas, desde primero de primaria hasta el posgrado. Estas instituciones están conformadas, en su mayoría, por católicos blancos. Ha sido difícil ser reconocida equitativamente, como alguien que no solo es igual de católica que mis homólogos blancos sino también que posee dones similares de liderazgo en el servicio. Aunque he conocido a las Hermanas de la Misericordia durante casi toda la vida, no asistí a sus escuelas. Sin embargo, siento que mi primer encuentro con una Hermana de la Misericordia apunta directamente al carisma expresado en las palabras de Catalina McAuley en sus Instrucciones familiares: «Que la caridad sea nuestra insignia de honor… para que se pueda decir realmente que solo hay en nosotras un solo corazón y una sola alma en Dios».

Mi abuela fue hospitalizada en lo que ahora es el Centro Médico Católico de la Misericordia (entonces Hospital Misericordia) en Filadelfia, cuando estuve en primer año. En los años 60, a los niños no se les permitía visitar a los pacientes en sus cuartos. Mi madre me dejaba en la sala de espera, prometiendo regresar en pocos minutos. Poco después de irse, yo empezaba a llorar. Estaba más molesta por no poder ver a mi abuela, más que porque me dejara sola. En segundos, había una Hermana de la Misericordia con su hábito blanco y su capa a un lado. Me preguntó por qué lloraba y secó mis lágrimas con su pañuelo. Me preguntó el nombre de mi abuela y desapareció, prometiendo regresar. Lo hizo casi de inmediato y me dijo: «Debes guardar mucho silencio. Te voy a cubrir con mi capa y subiremos para ver a tu abuela. Le puedes dar un beso y un abrazo, y luego tendremos que regresar abajo, ¿de acuerdo?». ¡Estaba emocionada solo de verla! La Hermana me permitió quedarme unos cinco minutos, luego le dijo a mi mamá que no se apresurara pues ella se iba a sentar conmigo. Mi abuela murió al día siguiente y ese hermoso recuerdo de caridad de la hermana se grabó en mi memoria. La Hermana vio una necesidad y respondió. ¿No es eso lo que nos pide el Evangelio?

A lo largo de los años, he tenido la bendición de contar con amigas en las Hermanas de la Misericordia así como con las Asociadas de la Misericordia y he servido como cofacilitadora del Equipo de Transformación Antirracista del Instituto. Dije que sí a esta oportunidad porque sé que las hermanas se toman en serio la llamada continua de Cristo para erradicar el racismo dentro de nosotras y de nuestras instituciones. En mi preparación para este trabajo en 2017, sentí la necesidad de saber más acerca de la vida de Catalina McAuley y su servicio a la Iglesia. Me inspiró tanto la historia de su vida y las obras de Misericordia que inició, que decidí ser Asociada de la Misericordia en 2018. Los servicios que comenzó Catalina y los que continúan con la presencia de las Hermanas de la Misericordia, sus Compañeras y Asociadas me ayudaron a sentirme en la Iglesia «en casa», porque Catalina escuchó y respondió al Espíritu. No tuvo miedo de llegar a aquellos que con frecuencia son excluidos, tal como lo hizo Jesús.

El compromiso de las hermanas de «leer los signos de los tiempos» me hace sentir, en palabras de un canto familiar, que «lo superaremos algún día». ¡Lo superaremos porque las obras de las Hermanas de la Misericordia, Compañeras y Asociadas están construyendo el Reino de Dios!


Boreta Singleton es Asociada de la Misericordia y directora de formación del profesorado en la escuela preparatoria San Pedro en Jersey City, New Jersey. Es directora espiritual y ama cantar tanto que pertenece a tres grupos: a su coro parroquial (San Francisco Xavier, Manhattan), a la Schola Ignaciana, un grupo basado en Nueva York que canta para las celebraciones de los jesuitas, y al Camaleón Coral, un coro semi profesional que tiene su base en la ciudad de Nueva York. Ella vive en Bronx.