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Cocreando Unidad a través de la Misericordia

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Por la Hermana Cathy Manderfield

Soy una Hermana de la Misericordia que vive y sirve en Filadelfia, Pensilvania. Resido con otras dos Hermanas de la Misericordia en un pequeño convento ubicado dentro de una organización sin fines de lucro llamada Ministerios para Vecindarios de la Misericordia. Los servicios ofrecidos en la Misericordia incluyen programas para niños, apoyo educativo para adultos y un programa matutino para adultos mayores. Sirvo como directora de instalaciones y ayudo a administrar cosas como cuidado de jardines, reparaciones de edificios, renovaciones, pedidos de suministros, servicio de alimentos y limpieza.

Las dos hermanas con las que vivo fueron esenciales en fundar Ministerios para Vecindarios de la Misericordia hace más de 30 años. Aunque me uní a ellas hace solo unos años, mi presentación y afinidad por esta comunidad en el norte de Filadelfia y a Ministerios para Vecindarios de la Misericordia se remonta a más de 20 años; estos Ministerios no se encuentran lejos de donde serví con el Cuerpo de Voluntarios de la Misericordia, hace décadas en el Proyecto HOGAR, una agencia que brinda servicios y oportunidades para personas que han vivido la falta de un techo. Ministerios para Vecindarios de la Misericordia era otro lugar de servicio para voluntarios de la Misericordia, y a menudo los domingos íbamos a la Iglesia Católica que albergaba los diversos programas que entonces incluían los Ministerios para Vecindarios de la Misericordia. Entre los primeros en mi tiempo de servicio en Filadelfia estaba el asistir a una iglesia predominantemente afroamericana. Me conmovió profundamente el estilo participativo de adoración y la profundidad de la fe y los sentimientos expresados en la oración y especialmente en la música. Fuimos invitadas/os a asistir a la iglesia de una manera que nunca había vivido.

Mi tiempo como coordinadora voluntaria en el Proyecto HOGAR incluiría más novedades. Al no ser de Filadelfia, tuve miedo de perderme y nunca había viajado en un autobús público. Pocas veces tuve la oportunidad de depender de la amabilidad de los extraños, y no estaba del todo segura si me iban a recibir con amabilidad. La ruta del autobús no me llevó directamente a donde necesitaba ir, así que tuve que caminar por varias cuadras para llegar a mi destino. En el camino, sentí que mi presencia atraía una atención inusual. Una persona sentada en el porche me preguntó si estaba perdida. Mientras caminaba, una joven me saludó desde una ventana del segundo piso diciendo: «Eh Casper, todavía no es Halloween». Incluso, ese primer día antes de llegar a mi lugar de servicio, sentí que esta experiencia sería el comienzo de un tipo de educación completamente diferente. Comencé a preguntarme cómo pude vivir tan lejos del mundo en el que acababa de entrar, cuando solo estaba a tres horas de casa.

¿Cuántos mundos más existen más allá de los límites que ni siquiera conozco? ¿Quién y qué excluyeron esos límites y por qué? ¿De qué manera se ocultó mi mejor yo, evitando que ambos contribuyeran y recibieran la generatividad del amor de Dios por esas barreras? Uno de los regalos más profundos que recibí de mi tiempo de servicio fue que otros me ayudaran a reconocer y explorar mis preguntas. Las personas a las que serví, las otras voluntarias y voluntarios con quienes viví, el personal y la gente de apoyo del Cuerpo de Voluntarios de la Misericordia, las Hermanas de la Misericordia y mis compañeras de trabajo en el sitio de servicio desempeñaron un papel único y generoso en la expansión no solo de mi visión del mundo sino también de mi capacidad de amar.

Todavía me estoy haciendo las mismas preguntas que surgieron en mí como voluntaria de la Misericordia. Elegí vivir y trabajar aquí por el impacto que han tenido en mí esas preguntas mientras las he vivido. Esta comunidad con dificultades económicas en el norte de Filadelfia me ha enseñado sobre los privilegios, resistencia, lucha, comunidad, miedo, esperanza, desigualdad, fe, sufrimiento y generosidad. En este lugar sigo siendo profundamente bendecida por las compañeras de trabajo, vecinos, voluntarios, hermanas y los niños y adultos que pasan sus días con nosotras. La comunidad que se está creando aquí me ha bendecido con un creciente sentido de unidad para con toda la creación de Dios. Mi tiempo como voluntaria de la Misericordia fue fundamental para mostrarme cómo mirarme profunda y amorosamente, a mí y al mundo que me rodea, para cocrear esa unidad. Estoy profundamente agradecida por ese regalo que sigue ofreciendo más.