donar
historias

Cantando la canción de un Dios que ama y afirma

idiomas
compartir
Share this on Facebook Share this on Twitter Print

Esta reflexión blog es parte de una serie continua, Orgullo en la Misericordia que comenzó durante el Mes del Orgullo 2019. Estas reflexiones brotaron de la Declaración del Capítulo 2017 de las Hermanas de la Misericordia desafiándonos a cada una/o, a responder a las personas que sufren por sistemas opresivos y para «educarnos mejor y participar en comprometidos diálogos sobre asuntos de identidad de género y orientación sexual». Les animamos a ustedes a enviar estas publicaciones a alguien que podría tener necesidad de leerlas. Que en unidad, crezcamos en nuestra tolerancia, aceptación y comprensión, y extendamos una mano de acogida a la comunidad LGBTQ+

Por Anne Boettcher

«Aquí estoy, Señor. ¿Soy yo, Señor? Te he oído llamar en la noche…»

Me encontré con esta canción el otro día mientras buscaba música para un retiro virtual que estaba ayudando a planear. Me trajo muchos recuerdos. Escrita por Dan Schutte, uno de los jesuitas de St. Louis, fue lanzada el año después de que me gradué de la secundaria y me ha acompañado durante toda mi vida adulta. Mientras estudiaba teología en la universidad y más tarde en la escuela de postgrado, esta canción era un trasfondo familiar durante los tiempos de oración y reflexión.

Como mujer lesbiana (aunque no era consciente de mi orientación en ese momento), siempre me he sentido extremadamente bendecida por haber tenido profesores en mi vida que me ayudaron a relacionarme con el «Señor» de esta canción como alguien que me creó como soy y que me ama profundamente. A diferencia de otros en la familia LGBTQ+, nunca he tenido que lidiar con una imagen deformada de un Dios que juzga e iracundo, condenándome por lo que eventualmente descubriría que soy.

Cuando enseñaba teología en una escuela secundaria católica en los años 80 y 90, «Aquí estoy, Señor» era un pilar para las misas y otras ceremonias litúrgicas. La franqueza del diálogo siempre me ha llamado la atención. Aunque sé que mi Dios es amable y cariñoso, no es fácil de convencer; como cualquier buena madre, hermana, amiga, ella quiere que crezca y que me convierta en mí mejor yo.

El desafío de aceptar mi orientación sexual a mediados de mis 30 fue una decisión más difícil que ninguna otra que haya enfrentado hasta ese momento. Había estudiado los pocos pasajes de la Biblia que condenan el amor entre personas del mismo sexo (el biblista Daniel Helminiak es genial), y sabía que las relaciones amorosas y consensuales entre adultos del mismo sexo nunca se hablaban allí. Este estilo de vida, en mi mente y en mi corazón, no era pecado. El desafío para mí era reconocer mi orientación en una sociedad que me odiaría y posiblemente me lastimaría por ser quien soy. Aun así, cuando pregunté temerosamente: «¿Soy yo, Señor?», la que es una lesbiana, recibí una afirmación amorosa y de apoyo.

Algunos lectores pueden estar familiarizados con mi historia de la presentación OSIG (Orientación Sexual e Identidad de Género) de la que mi esposa Mary y yo fuimos parte el pasado septiembre. Cuando Mary y yo nos conocimos a principios del 2000, amarla fue la experiencia más natural y vivificante, y su amor me ayudó a entender y a relacionarme con el amor de Dios por mí de manera más profunda y encarnada. Después de la ceremonia de compromiso en 2003, nos sentimos llamadas a tomarnos un tiempo libre y servir con otra gente en las márgenes. «Iremos Señor, si nos guías» se convirtió en nuestra oración diaria, pero nos costó encontrar un programa que nos aceptara como pareja. No necesitábamos revelar a la gente con la que servíamos lo que somos, pero no queríamos ocultar nuestra relación a los otros voluntarios. Fue muy duro sentirnos llamadas pero no poder mostrarnos tal como somos.

Pero luego encontramos el Cuerpo de Voluntarios de la Misericordia (CVM), ¡y dijeron que sí! Nuestra primera noche en el retiro de orientación, nos sentamos en la capilla para la oración de la tarde, y mientras cantaban «Aquí estoy, Señor», nos miramos con lágrimas de felicidad, sabiendo que habíamos encontrado un nuevo hogar.


Ahora formo parte del personal de CVM que apoya a las comunidades de voluntarios de Sacramento y San Francisco, California, y de St. Michaels en la Reserva Navajo de Arizona. La misericordia sigue siendo nuestro hogar espiritual, y Mary y yo hemos creado nuestro hogar físico en Tucson, Arizona donde Dios todavía nos llama a través de los saguaros y los amaneceres de nuestro hermoso desierto.