January 23, 2013

St. Vincent de Paul en Middletown, Connecticut | Foto de Bob Walsh
Por Amanda
Siempre pensé que me iba a casar. Ésta no es la forma en que la gente piensa que se comienza a discernir la vida religiosa, pero así empezó mi jornada. Estaba en la escuela secundaria y un maestro que estaba discerniendo sobre el diaconado sembró la primera semilla al decirme: “Si alguna vez has desechado una opción, consérvala en algún lugar de tu mente.” No me explico porque respondí a sus palabras pero debe haber sido un acto de Dios, pues una vez que tomo una decisión tiendo a ser terca. Afortunadamente, Dios continuó empujándome suavemente y durante mis años universitarios fui poco a poco considerando a las Hermanas de la Misericordia, aunque en aquellos momentos no lo reconocí.
Desearía que mi decisión de entrar a la vida religiosa hubiera ocurrido en un momento específico que pudiera describirles, pero al contrario, el deseo fue creciendo en mí. Fue sin duda un proceso gradual en el que influyó mucho un grupo de estudiantes que conocí en la Universidad. Nos reuníamos frecuentemente y compartíamos lo que teníamos en mente; las cosas que temíamos y las que nos entusiasmaban al pensar en lo que Dios tenía planificado para nosotras/os. Nunca pensé que podría sentir ambas inquietudes simultáneamente, pero se me hizo más fácil al estar con otras personas que estaban tratando de descifrar esto al igual que yo.
Durante este tiempo asistí a Mercy Challenge con otras que estaban pensando entrar en la Misericordia. Pasamos una semana sirviendo a los pobres en Sacramento, pero lo que más recuerdo no tiene nada que ver con esto. Mi acompañante de vocaciones estaba con nosotras y un día estaba enseñándome la casa madre cuando nos encontramos con una hermana anciana que estaba perdida; no recordaba donde estaba su habitación. El ver la ternura de mi acompañante hacia esa hermana a quien nunca había conocido dejó una impresión permanente en mí como un verdadero ejemplo de lo que significa ser una hermana y ser misericordiosa.
Al pasar más tiempo con las Hermanas de la Misericordia no pude negar que sentía que había llegado a “mi hogar.” El amor y el apoyo que he recibido durante mi transición a la vida comunitaria, al servir como jefa de cocina en el comedor local, y al navegar las experiencias de los años recientes me han hecho reconocer la maravilla y fortaleza de esta familia de mujeres. Ahora, al anticipar el ir al noviciado, valoro este apoyo más que nunca.