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Por la Hermana Danielle Gagnon

Volvió al tribunal y dijo a Jesús: «¿De dónde eres tú?» Pero Jesús no le respondió. Entonces le dijo Pilato: «¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para crucificarte y autoridad para soltarte?»

—Juan 19,9-10

Cuando estaba en la secundaria, mis amigas y yo preparamos un plan para nuestro día libre de la escuela. Habíamos empezado a experimentar un poco de la libertad que conlleva ser adolescente y buscábamos cualquier oportunidad para pasar unas horas de ocio en el centro comercial, el cine, o algún otro interés de adolescente.  

Entonces, el jueves después de la escuela, le dije a mi madre lo que habíamos ideado para el día siguiente. Con una mirada de asombro, ella cuestionó suavemente, «¿El Viernes Santo?».

Le contesté, «Sí …», ilusionada.

Mamá dijo, «No». Definitivamente.

Mi madre rara vez negó cualquier petición que le hice que me tomó completamente por sorpresa. Estaba muy interesada cuando le pregunté, «¿Por qué?» Ella respondió, «Mañana es un día para guardar silencio».

Esta enseñanza, forjada gentilmente hace muchos años, surgió de mi memoria para sobresaltarme mientras oraba las lecturas de hoy.

En la oración, me encontré en silencio junto a Jesús mientras él, coronado con espinas y ridiculizado por un manto púrpura, no respondió a la pregunta de Pilato en el tribunal, «¿De dónde eres tú?» En la oración, me encontré desesperada queriendo solucionar la situación. Me encontré anhelando rogar a Jesús que diera una respuesta que lo liberara; queriendo correr hacia la seguridad oculta; queriendo apelar a la curiosidad y ambivalencia de Pilato; queriendo retractar a la multitud enojada porque estaban equivocados.

Mi reacción visceral nació del temor.

Por supuesto que tenía temor de permanecer en silencio junto a Jesús. Su vida estaba en riesgo. Y, hay algo más. La elección de permanecer en silencio junto a Jesús fue la opción de poner mi vida en riesgo también. Mientras más tiempo permanecía con Jesús en silencio, más segura estaba de que quería ir con él el resto del camino.

Qué maravilla … los lugares a los que conducirá el silencio.

Qué misterio … la posibilidad de transformación creció en el silencio.

El silencio es suficiente por el silencio en sí. Nosotras, sin embargo, llevamos el nombre de Misericordia. Y, por amor a la Misericordia, nos encontramos en el Calvario dónde de la profundidad de nuestro silencio brota la intensidad de nuestra respuesta a las crucifixiones que presenciamos. Hoy es un día para guardar silencio. Veamos adónde nos lleva mañana.