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Por la Hermana Victoria Incrivaglia

Estamos a mediados de julio de 2020, y hay disturbios. Hay disturbios en todas partes.

Más de 14,8 millones de personas en todo el mundo se han infectado con COVID-19, la enfermedad causada por el nuevo coronavirus, y más de 615.000 han muerto. Dentro de los Estados Unidos, los funcionarios de los servicios sanitarios están reportando un número récord de casos de coronavirus cada día, con casi 3 millones de personas infectadas ahora.

Los informes de las noticias diarias muestran manifestaciones y protestas locales, nacionales y mundiales por las prácticas de injusticia y racismo sistémico. En los Estados Unidos, vemos carteles que dicen:

Sin justicia, no hay paz
La Misericordia a favor de la justicia
Las vidas negras importan
Basta ya
No puedo respirar
¿Soy el/la siguiente?

La segunda lectura del Decimotercer Domingo del Tiempo Ordinario fue de Romanos 6, 3-4. 8-11. En ella hay una frase que me detuvo: «Todos los que hemos sido incorporados a Cristo Jesús por medio del bautismo, hemos sido incorporados a su muerte».

Te invito a quedarte con ese mensaje: fuimos bautizados en su muerte (la de Jesús). ¿Cómo vivo/practico esa verdad? ¿Cómo vivimos y practicamos esa verdad como Hermanas de la Misericordia?

Nuestras realidades actuales están llenas de conflictos, caos y confusión. Parece que estamos en un viaje global de enfrentar nuestras realidades y aceptar las injusticias que han existido durante siglos. Estas realidades están cargadas de realidades más profundas.

Por ejemplo, Abraham Lincoln, el 16º presidente estadounidense, aunque tan venerado por la Proclamación de la Emancipación, también ordenó la ejecución de 38 nativos americanos mediante la horca el 26 de diciembre de 1862. Las sentencias de otros 265 fueron conmutadas. Esto fue el resultado de la Guerra de Dakota de 1862, también conocida como el Levantamiento Sioux de 1862. El levantamiento de los nativos americanos se debió a la pérdida de su patria (como se les prometió en tantos tratados) y a la falta de acceso a los alimentos.

En el Tratado de 1868, el gobierno de los Estados Unidos prometió a los Sioux el territorio que incluía las Colinas Negras de Dakota del Sur a perpetuidad. Esta perpetuidad duró hasta la década de 1870, cuando se encontró oro en las montañas, momento en el que el gobierno federal obligó a los Sioux a renunciar a las Colinas Negras. En el libro Bury My Heart at Wounded Knee, la autora Dee Brown explica que la «batalla» fue en realidad una masacre en la que cientos de mujeres, niños y hombres sioux desarmados fueron asesinados por las tropas estadounidenses. Brown concluye que las acciones del gobierno fueron parte de un esfuerzo continuo para destruir la cultura, la religión y el modo de vida de los pueblos nativos americanos.

El 3 de julio, el día anterior al Día de la Independencia de Estados Unidos, el presidente Donald Trump convocó una celebración en el Monte Rushmore, en Dakota del Sur. El Gobernador de ese estado, Kristi Noem, según se informa, dijo: «No nos distanciaremos socialmente. Les pedimos que vengan, que estén listos para celebrar, que disfruten de las libertades que tenemos en este país y que hablen de nuestra historia y de lo que nos ha traído hoy con la oportunidad de criar a nuestros hijos en el mejor país del mundo».

El desarrollo del Monte Rushmore es una historia de lucha y profanación. Las Colinas Negras son sagradas para los Sioux Lakota. Nick Tilsen, miembro de la tribu Oglala Lakota y presidente de una organización activista local llamada NDN Collective, declaró: «Es una injusticia robar activamente la tierra de los indígenas y luego tallar las caras blancas de los conquistadores que cometieron genocidio». 

Recientemente, en Saint Louis, Missouri donde vivo, un grupo inició una petición para eliminar la estatua de San Luis, Rey de Francia (Luis IX) de Forest Park. Grupos de personas se reunieron alrededor de la estatua para apoyar su presencia o respaldar su eliminación. Como con Abraham Lincoln y tantas otras figuras públicas que vivieron vidas imperfectas, esta no es una conversación simple. En el libro de William Chester Jordan Louis IX and the Challenges of the Crusade: A study in Rulership [Luis IX y los desafíos de la Cruzada: Un estudio sobre el gobierno], aprendemos que aunque Luis IX fue conocido por servir y alimentar a los pobres, también promulgó fallos destructivos contra los judíos y los musulmanes.

En estas protestas que ocurren en todo el mundo, lo que vemos y escuchamos son bandos opuestos tomando las calles para hacer visible lo que creen justo. Lamentablemente, somos testigos de que hay otros que no quieren que lo hagan, y así continúa el ambiente de intolerancia, enfrentamientos, disturbios y muertes.

Como proclama María en el Magníficat, llega un momento en que comprendemos que la vida no es la misma y que no podemos seguir viviendo con prácticas y valores que no reflejan las prácticas integrales del Evangelio. No podemos seguir en el mismo camino.

El momento del Magníficat nos abre el corazón para saber que debemos tomar una nueva dirección. Cuando fuimos bautizados en la muerte de Cristo, todo cambió, y nunca seremos los mismos. ¿Cuál es tu experiencia en el Magníficat y cómo ha cambiado el caminar en tu vida?

Todos nosotros, en ambos lados, somos hijas e hijos del mismo Creador. Como cristianos, estamos llamados a la fe y a la acción. Reconocemos que la imperfección existe dentro de todos nosotros. También reconocemos que ya no podemos vivir en silencio ante las prácticas de racismo, supremacía blanca, clericalismo, privilegio de los blancos… Cada persona puede nombrar aquí las prácticas que deben cambiar.

Fuimos bautizados en la muerte de Jesús y nuestro nombre es Misericordia.