Hermana Colleen O’Toole
¿Qué tiene que ver conmigo la Asunción? Mientras oraba en base a las lecturas de hoy, me llamó la atención lo físico y la encarnación que retrataban. Muy a menudo, reducimos nuestra fe a algo intangible, algo intocable, como algo separado de nuestra vida normal. Muchos católicos tienen una tendencia, intencional o no, a dividir lo sagrado y lo secular, el cuerpo del espíritu. Interiorizamos frases como «el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil», y buscamos controlar y suprimir nuestro ser físico de varias maneras.
En las lecturas de hoy, se ponen al frente y al centro los cuerpos y estos participan en actos sagrados. Leemos sobre una mujer que «gemía de dolor mientras daba a luz». Vemos a María viajar donde su prima Isabel y ver al bebé dar un salto en su vientre. Aprendemos de un Dios que actúa de una manera muy física y real, ya que Dios usa la fuerza de su brazo para dispersar, derribar, levantar, alimentar.
¿Qué nos indica esto? Creo que estas lecturas nos son un poderoso ejemplo de que nuestros cuerpos importan, que cuando nos enfocamos en lo espiritual en detrimento de lo físico, no estamos llegando a Dios en toda nuestra humanidad. Dios nos quiere a todos, porque Dios no nos divide en pedazos.

He visto esta creencia más claramente expresada e imitada en la espiritualidad católica afroamericana. Durante los últimos seis años, he estado estudiando en el Instituto de Estudios Católicos Afroamericanos de la Universidad Xavier en Luisiana. Mientras he estado allí, me han invitado a un espacio donde el cuerpo y el espíritu son uno. Ellos están unificados en la adoración, cuando aplaudimos, cantamos, bailamos y tamborileamos en la oración y la liturgia. Ellos están unificados en las clases de teología, donde leemos el trabajo del Dr. M. Shawn Copeland Conociendo a Cristo crucificado, y aprendemos a reconocer a Cristo en los marginados de hoy. El cuerpo y el espíritu son uno en la meditación teológica, donde reflexionamos sobre cómo nos sentimos cuando Dios está cerca de nosotros. Y ellos son uno en los diversos ministerios a los que volveremos como hermanas, sacerdotes y gente laica, donde entendemos que, para escuchar la Buena Nueva, se deben satisfacer las necesidades físicas de las personas. No es una opción entre el cuerpo y el alma. Uno no puede existir sin el otro, y como cristianos, estamos llamados a cuidar de ambos. Jesús nos dice, en Mateo 25 que, no se nos preguntará cuántas oraciones dijimos, sino, si alimentamos, vestimos y ayudamos a nuestro prójimo. Nuestra piedad personal no significará nada si no cuidamos a nuestro prójimo.
En clase este verano leemos narraciones escritas por Frederick Douglass, Harriet Jacobs y Solomon Northup, todas personas antes esclavizadas que escribieron sobre su búsqueda de libertad. Sus historias ilustran claramente la división entre cuerpo y espíritu. En todas sus narraciones, describen a los esclavistas que leían la Biblia, asistían a los rezos y decían largas plegarias un minuto, luego el siguiente minuto golpeaban y azotaban a las personas esclavizadas y que controlaban, burlándose de su cristianismo. Me hizo detenerme y reflexionar sobre cómo estaba viviendo yo: ¿hay algún lugar en mi vida donde mis acciones no estén alineadas con mis prácticas y creencias espirituales? Si alguien leyera una historia sobre mi vida, ¿miraría mi fe con la misma repugnancia que yo veo el cristianismo de los esclavistas?
Pero, entonces, ¿cómo, como católicos, pasamos del ámbito de lo espiritual al ámbito de lo físico? Toni Morrison, una católica, nos muestra cómo hacer esto en su obra titulada, Amada. Ella le da las siguientes palabras a Baby Suggs, una mujer cuyo hijo compró su libertad de su esclavitud. Ella les dice a los negros de Cincinnati, reunidos en el claro de un bosque:
«Aquí, en este lugar, somos carne; carne que llora, ríe, carne que baila con los pies descalzos en la hierba. Ámala. Ámala mucho. Allá ellos no aman tu carne. Ellos la desprecian… ¡Tú tienes que amarla, tú! … Esta es la carne de la que estoy hablando aquí. Carne que necesita ser amada. Pies que necesitan descansar y bailar; espaldas que necesitan apoyo; hombros que necesitan brazos, brazos fuertes te lo estoy diciendo… escúchame ahora, ama tu corazón. Porque este es el premio».
Un verdadero amor de sí mismo da fuerza y valentía para vivir en un mundo donde las personas a menudo son tratadas como mercancías. Amarte a ti mismo, tal y exactamente como eres en esta tierra, puede darte una mayor capacidad para salir y amar a los demás, tal como son en esta tierra.
No caigamos en la trampa de arraigarnos al espíritu sobre la carne. Nuestra tradición católica nos da ejemplos significativos de cuán interconectados están nuestros cuerpos y espíritus: María fue llevada al cielo en cuerpo y alma, Jesús vino a nosotros en un cuerpo terrenal, Dios se nos aparece hoy en los cuerpos de cada persona que encontramos, y profesamos nuestra creencia en la resurrección de nuestros cuerpos.
¿Podemos permitirnos vivir una fe verdaderamente encarnada y valorar las realidades vividas de quienes nos rodean?