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Una suave invitación: Mi caminar a las Hermanas de la Misericordia 

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Hermana Carolyn Rosica 

Supongo que puedo decir que mi caminar a las Hermanas de la Misericordia ha cerrado el círculo. La historia de mi vocación comenzó cuando era estudiante en la Escuela Secundaria Nuestra Señora de la Misericordia de 1975 a 1979 en Rochester, Nueva York. Tuve la bendición de tener padres muy llenos de fe que me apoyaron de todo corazón durante mis primeros años de crecimiento. Creían en el beneficio y la bendición de asistir a escuelas católicas, por lo que estoy muy agradecida. Ahora hago ministerio en la Escuela Nuestra Señora de la Misericordia para Mujeres Jóvenes como asistente de promoción y maestra sustituta. ¡Nunca en un millón de años pensé que estaría de vuelta en mi querida alma mater! 

La llamada para mí nunca fue algo repentino, sino una gentil invitación de mujeres muy ordinarias y santas en el camino que me animaron y escucharon con sus corazones.  

Después de graduarme de la secundaria, obtuve la licenciatura en Patología del Habla, seguida de una maestría en educación primaria. Mi primera tarea de enseñanza me llevó a la Escuela San Andrés en Rochester, que era atendida por las Hermanas de la Misericordia. Me dije que solo iba a enseñar allí durante un año y luego iría a las escuelas de la ciudad donde podría ganar mucho más dinero. Pero Dios tenía otro plan en mente. Si bien ese plan no era mío en ese momento, continué siguiendo los impulsos del Espíritu Santo. Me enamoré de la escuela, de las hermanas y de mis estudiantes de tercer grado. Mi directora, la Hermana Mary Alice O’Brien, fomentaba una comunidad muy unida llena de buenos momentos y amistades para toda la vida. Me sentía atraída por las hermanas que estaban allí y por su calidez y dedicación. ¡Siempre parecían felices!  

Su alegría y presencia me tocaron y comenzaron a abrir mi corazón a donde Dios podría estar llamándome. De vez en cuando llevaba a una de las hermanas a casa después de la escuela y me invitaban a tomar una taza de té. Entonces comenzaron mis preguntas. Después de unos meses y más preguntas, la hermana que conducía se dio cuenta de que estaba discerniendo seriamente la vida religiosa. Poco tiempo después, fui invitada por Hermana Fran Wegman, entonces directora de vocaciones, a considerar el programa de intercambio de fe, que era un requisito previo para ingresar a la comunidad. Mi deseo comenzó a ser más intencional. El programa de intercambio de fe me dio la oportunidad de visitar diferentes comunidades y compartir la oración y una comida con las hermanas. La culminación de este programa fue tener dos experiencias de «vivir» con dos comunidades diferentes.  

Entonces comenzó el proceso para llegar a ser hermana. Entré en las Hermanas de la Misericordia en Rochester el 28 de agosto de 1988 como candidata, y luego en el noviciado el 31 de julio de 1989. En el Noviciado Colaborativo de la Misericordia en Filadelfia, Pensilvania, me uní a otras doce mujeres de todo Estados Unidos para un intenso programa de diez meses. Fue muy difícil dejar mi comunidad de origen que acababa de conocer, pero resultó ser una de las experiencias más ricas. Completé mi año apostólico en Rochester y profesé votos temporales el 31 de agosto de 1991. 

Mi carrera docente me llevó a la Escuela Santa Cruz y la Escuela Católica Seton, en Rochester. Fue una bendición hacer ministerio con las Hermanas de la Misericordia y una maravilla de educadores con igual pasión por la enseñanza. Profesé mis votos perpetuos el 8 de noviembre de 1997 con mis estudiantes de tercer grado presentes, que es algo que siempre mantendré en mi corazón. Doy gracias a Dios por las Hermanas de la Misericordia que guiaron mis años de formación en Rochester y Filadelfia.  

Tuve la verdadera bendición de comenzar mi ministerio actual en la Escuela Nuestra Señora de la Misericordia para Mujeres Jóvenes en septiembre de 2020. Mi caminar comenzó y ahora continúa en uno de los ministerios más llenos de Misericordia que he tenido. Es un gran privilegio y honor estar entre estas mujeres jóvenes que también están tratando de descubrir hacia dónde las puede estar guiando Dios. Que el caminar de cada una de ellas sea tan bendecido como el mío cuando andaba yo por los mismos pasillos sagrados que ellas caminan cada día.