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Adviento: Tiempo de Esperanza, Tiempo de una Mirada Nueva

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Por Hermana Angelina Mitre

El Adviento es un tiempo que despierta en nosotros el anhelo de una vida nueva y más plena. Se suele decir que “la esperanza es lo último que se pierde”, porque es precisamente ese deseo de un futuro mejor lo que nos impulsa a arriesgarnos, a dejar lo conocido y caminar hacia lo desconocido. Como afirma el Catecismo de la Iglesia Católica, «la virtud de la esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo ser humano» (n. 1818). Esa búsqueda de plenitud y de una vida mejor inspira también las actividades, decisiones y sueños de nuestros pueblos. 

En este sentido, la movilidad humana se convierte en un signo visible de ese anhelo. Miles de personas dejan atrás su tierra, sus familias, sus historias, abrazando una travesía llena de incertidumbre por la esperanza de encontrar, en otro lugar, una vida más digna. Pero muchas veces esa “tierra que mana leche y miel” es apenas un espejismo.  

En los relatos del nacimiento de Jesús, encontramos a unos personajes que se convierten en modelo y compañía para todos los peregrinos de la esperanza: los pastores. Hoy, esos pastores tienen muchos rostros. Son los pueblos que luchan por conservar sus derechos después de siglos de opresión; los indígenas que defienden su tierra de la explotación; los migrantes que trabajan en los campos, en los hoteles, en las calles de nuestras ciudades, sosteniendo economías que muchas veces los invisibilizan. Son mujeres y hombres que temen mostrar su nacionalidad por miedo a ser deportados; personas expulsadas de sus países por la violencia o la pobreza.  

Pero es precisamente en medio de estas oscuridades donde resplandece la luz de la esperanza. Así como los pastores vieron una gran luz en la noche en que tuvieron el encuentro con el Niño Jesús, también nosotros estamos llamados a reconocer y contemplar la luz que Dios enciende en los corazones sencillos. Esa luz de un mundo mejor nos anima a seguir creyendo en un mundo más justo. La llegada del Niño Jesús transformó a aquellos pastores, permitamos que la divinidad que brilla en los sencillos de corazón nos transforme. 

“Fueron rápidamente y encontraron a María, a José y al niño acostado en el pesebre… y todos los que lo oyeron se asombraban de lo que contaban los pastores…” (Lc 2,16-18). Ellos regresaron transformados porque la esperanza no defrauda: «Dios ha derramado su amor en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha dado» (Rom 5,5). 

Charles Péguy, poeta francés, escribió que la esperanza es una “virtud infantil”, pequeña y frágil, pero la que más confía. Solo quien recupera la mirada de un niño puede asombrarse ante las obras de amor que aún hoy florecen en medio del dolor. Esa esperanza nos impulsa a extender la mano, a abrir caminos para los jóvenes que buscan su rumbo, a proteger la capacidad de asombro de los niños, a acompañar a los mayores para que mantengan vivo su propósito, y a acoger al migrante con un corazón que genera pertenencia. 

El papa Francisco describe la esperanza como una virtud que nos impulsa a seguir caminando aun cuando el futuro se presenta oscuro, sostenidos por la fe en Dios y el amor. Señala que la esperanza es un “contagio” que se transmite de corazón a corazón, fundamentado en la resurrección de Cristo y en la certeza de que Dios es capaz de transformar el mal en bien. 

En este Adviento, tiempo de espera activa, de fe que camina, se nos invita a ser también peregrinos de la esperanza, como nos propone el Año Jubilar. A dejarnos sorprender por la luz que Dios enciende hoy. A velar —como los pastores— aun en la noche, sabiendo que Quien nos ha prometido la vida plena es fiel (Heb 10,23). 

Que este tiempo santo renueve en nosotros una mirada capaz de reconocer la presencia de Dios en los corazones sencillos, en los que sueñan, en los que migran y en los que luchan. Que, como los pastores, encontremos al Niño y regresemos transformados, llevando al mundo la certeza humilde y firme de que la esperanza del Evangelio nunca defrauda.