Mientras nos preparamos para celebrar el 10º aniversario de la encíclica Laudato Si’ del Papa Francisco el 24 de mayo, la importante enseñanza que insta al cuidado de nuestra casa común, invitamos a la comunidad de la Misericordia a un compromiso más profundo a través de una serie de historias que muestran cómo las hermanas y otras personas han respondido a la encíclica. Sus historias inspiradoras forman parte de la participación del Instituto en el Año Jubilar, cuando el Papa Francisco nos llama a ser Peregrinos de la Esperanza.
Por Hermana Virgencita “Jenjen” Alegado, RSM
Acompañar al pueblo Subanen en Filipinas en su proceso de sanación de su cultura originaria, su comunidad y su tierra me conmueve profundamente. Estoy inmensamente agradecida al difunto Papa Francisco por haber sido el puente que nos unió.
En este 10º aniversario de Laudato Si’, no puedo dejar de alabar a Dios, ya que las palabras significan literalmente «Alabado seas, Señor». He sido testiga de primera mano de cómo la encíclica ha inspirado una relación mutua y vivificante entre este pueblo originario y la Escuela Secundaria Santa Cruz de las Hermanas de la Misericordia, en la región de Mindanao, al sur de Filipinas.
Conocí a los Subanen a principios de la década de 2000, durante una asamblea de hermanas que colaboran con personas marginadas y cuidan la creación. Su nombre deriva de «Suba», que significa «río», y hace referencia a su conexión con el mundo natural. Escuchar directamente a los pueblos originarios hablar sobre su lucha por la supervivencia y su deseo de integridad cultural en medio del desplazamiento y la muerte, el desempoderamiento y la colonización me rompió el corazón y me impulsó a conectarme con ellos.

En ese momento era capellana en la Escuela Secundaria Santa Cruz y guie a sus estudiantes en programas de exposición en la comunidad originaria. El pueblo Subanen nos acogió y fue generoso con nosotras/os a pesar de sus escasos recursos. La experiencia cambió la vida de las/los estudiantes, ya que pudieron ver de primera mano que la realidad de los pueblos originarios era muy diferente de lo que habían sabido hasta entonces. Mi deseo de ayudarles creció.
Cuando el Papa Francisco publicó Laudato Si’ en 2015, yo era directora de la Escuela Santa Cruz y sentí profundamente que nuestra respuesta a la encíclica debía incluir al pueblo Subanen y sus necesidades. La comunidad escolar ya estaba dedicada a la misión de las Hermanas de la Misericordia de cuidar la Tierra y construir un mundo justo y pacífico, y nos sentimos con la llamada de las peticiones de la encíclica a conectar la explotación del medio ambiente con la de los pueblos originarios.
Como señaló el papa Francisco, «Es indispensable prestar especial atención a las comunidades aborígenes con sus tradiciones culturales… Para ellos, la tierra es un don de Dios y de los antepasados que descansan en ella… Sin embargo… son objeto de presiones para que abandonen sus tierras a fin de dejarlas libres para proyectos extractivos y agropecuarios que no prestan atención a la degradación de la naturaleza y de la cultura». (Laudato Si’ 145-146)
Laudato Si’ me inspiró a poner en práctica lo que se había convertido en mi pasión: «escuchar el clamor de la Tierra y el clamor de los pobres» como nos exhorta la encíclica. Como parte de la cohorte 2023-2024 del programa de Liderazgo Emergente de la Misericordia para Compañeras (MELF son sus siglas en inglés), un programa para mujeres apasionadas por promover la misericordia y la justicia, elegí para mi proyecto un nuevo tipo de asociación entre la Escuela Secundaria Santa Cruz y los Subanen.
En colaboración con Hermana Eva Castro, RSM, nuestra ministra del recinto, y Jonel Baba, un colaborador laico, así como con el club medioambiental de nuestra escuela, nos unimos al pueblo originario para crear la Asociación GPK Gulangan Pekpongonan Katutubuan («Un bosque donde la tribu se une»).
Organizamos a 32 familias para trabajar juntas en la mejora de una zona reforestada que las Hermanas de la Misericordia y los Subanen habían plantado y cuidado durante años. Uno de nuestros objetivos era ayudar al pueblo originario a construir un medio de vida sustentable y, al mismo tiempo, recuperar su dignidad y su cultura.

A medida que el proyecto se ponía en marcha, el valor cultural del trabajo comunitario y el compartir de los Subanen seguía muy vivo. Hablaban su propio dialecto, una lengua cuyo uso había ido desapareciendo debido a las presiones para integrarse en la sociedad mayor, y lo utilizaban cuando se reunían los domingos por la tarde y plantaban hortalizas, abacá (una especie de plátano cuya fibra se utiliza para fabricar cuerdas, papel y textiles) y árboles frutales. También criaban pollos, cabras, conejos y patos. Se forjaron nuevas amistades entre el pueblo originario y la comunidad de la Escuela Secundaria Santa Cruz.
Junto con una mayor sensibilización entre los Subanen sobre sus derechos, responsabilidades y cultura, han llegado otras bendiciones. Otras personas, organizaciones y escuelas han comenzado a llegar a la zona para asociarse con los pueblos originarios y saber de ellos cómo responder al llamado de Laudato Si’. Estos recién llegados también han ayudado con la siembra de cultivos y otros proyectos. Ver estas interacciones mutuamente respetuosas y beneficiosas entre personas de diferentes orígenes es una fuente de esperanza e inspiración en este Año Jubilar.