donar
historias

Consolar a afligidos: El don del aliento de vida

idiomas
compartir
Share this on Facebook Share this on Twitter Print

Hermana Amy Westphal 

En la serie de reflexiones de Cuaresma de este año, siete hermanas ofrecen sus historias personales y sus perspectivas sobre cada una de las Obras Espirituales de Misericordia y cómo los actos de misericordia pueden tener un profundo impacto en las vidas de nuestras hermanas y hermanos. Acompañan a estas reflexiones unos dibujos lineales de Hermana Mary Clare Agnew, contemporánea de nuestra fundadora Catalina McAuley, que ilustran el ministerio de las Hermanas de la Misericordia en la Irlanda de 1830. 

Durante mi año apostólico, hice ministerio en el área de Tenderloin en San Francisco, atendiendo a personas que vivían en unidades de habitación individual (SRO, por sus siglas en inglés). Cuando fui llamada a acompañar a un hombre que luchaba contra el trastorno de estrés postraumático, la esquizofrenia y el síndrome de acaparador compulsivo, no estaba segura de lo que me iba a encontrar. John, cercano a sus 70 años, vivía en una unidad SRO para personas mayores. La habitación, de unos dos y medio metros cuadrados, estaba llena de cubos de plástico con sus pertenencias, el olor a comida en descomposición y un montón de cucarachas. El esfuerzo realizado seis meses antes había ayudado a John con la limpieza de su espacio para poder seguir viviendo en el complejo. Cuando lo conocí, fue como conocer a un Gandalf de la nueva era: un hombre alto, delgado, de barba y largos cabellos grises. Escuchaba voces que le alejaban de la mayoría de sus tareas diarias, entre ellas mantener ordenado su espacio. El día que lo conocí le pregunté cómo podía ayudarle mejor. Me dijo simplemente que necesitaba que distrajera las voces escuchando su respiración mientras ordenaba su habitación y me pidió ayudarle a limpiar un poco. 

John me hablaba con el propósito de interrumpir las voces de su interior que lo gobernaban y, cuando éstas se volvían demasiado fuertes, se detenía y notaba que perdía el control. Su respiración se aceleraba y sus respuestas eran de pánico. Entonces yo me ponía de pie con él en medio de su habitación y le decía: «John, ¿qué te parece si hacemos juntos un ejercicio de respiración?». Él respondía: «Sí, sí, creo que eso es lo que necesito». Entonces, hacíamos una pausa y respirábamos lentamente, tomando consciencia de nuestra presencia en el momento. A lo largo de seis meses, cada vez que nos deteníamos a respirar, John abría sus heridas para ayudarme a ver la causa de su estado. Un hombre que había vivido guerras, abusos, falta de hogar y enfermedades mentales buscaba desesperadamente cualquier práctica de meditación y consciencia que le ayudara a distraerse y a curar las heridas de su pasado. 

Esta experiencia me llevó a reflexionar sobre mi propio interés en el proceso de trauma y sanación. Con el tiempo hemos aprendido la forma en la que el sistema nervioso simpático crea el proceso de «lucha o huida». Cuando la vida de una persona entra en modo de supervivencia, el cerebro envía señales al cuerpo para que responda con un aumento de la respiración, pensamientos que pueden llegar a ser irracionales y otras sensaciones corporales. También hemos aprendido cómo el sistema nervioso parasimpático, al ralentizar la respiración, puede llevar oxígeno al cerebro y calmar esta respuesta. Los ejercicios de respiración se practican desde hace siglos en todas las culturas y tradiciones espirituales. 

Dios nos creó íntimamente del polvo, soplándonos el aliento de vida (Gén. 2:7). Es la fuerza vital de nuestro ser, o prana. También somos testigos del retorno del aliento en la muerte de Jesús, cuando entregó su espíritu en la cruz. Este recibir y devolver es un ciclo de plenitud. Cuando ofrecemos nuestra presencia al aliento de otro, es una obra de misericordia. Bálsamo para las heridas llevadas a lo largo de la vida. Consuelo para la aflicción. Un momento para prestar atención a la plenitud presente dentro de cada criatura viviente. Una posibilidad de transformar el dolor en vida nueva. 

A lo largo de esta Cuaresma, pregúntate qué interrumpe tu respiración. ¿Cómo puedes volver a tu respiración natural? ¿Qué apoyo necesitas? ¿Cuándo se te invita a respirar con otro? ¿Cómo reverencias la sacralidad de la Creación a través de nuestra respiración comunitaria?