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Hermana María Luisa: La cuestión sobre pertenencia

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Liz Dossa, Redactora de artículos

Hermana María Luisa Vera sintió la llamada a la Comunidad de la Misericordia en los años sesenta, pero tuvo dudas: «No conocía a ninguna Hermana que se pareciera a mí», recuerda ahora.

Esta diferencia era importante. Ella había crecido en Brownsville, en la comunidad intercultural de la frontera Estados Unidos-México. La personas iban y venían entre Texas y México con la misma facilidad que iban y venían del español y al inglés. La agilidad entre culturas e idiomas formaba parte de ella.

Comenzó su camino en la Misericordia como enfermera práctica licenciada en el Hospital de la Misericordia de Brownsville, Texas. La Hermana de la Misericordia Alvera Simon, fue la amable mentora que siempre estuvo allí para ayudarla en la sala de emergencias. « Yo la quería mucho» —dice María Luisa— «Era el tipo de persona que estaba ahí para mí». ¿Qué mejor ejemplo podría encontrar?

Con el tiempo se dio cuenta de que había otras hermanas con apellidos como Gonzales o Martínez. Eran maestras que acudían al hospital para someterse a exámenes físicos durante las vacaciones de verano. Sin embargo, señala que varias de esas mujeres no permanecieron en la Comunidad.

Aun así, María Luisa se acercó a la comunidad religiosa. «Fue una situación muy desafiante porque no sabía si me aceptarían, y luego, en el caso de que me aceptaran oficialmente, ¿podría pertenecer?».

Esta cuestión de la pertenencia para todas aquellas personas que se sienten «otras», ha sido un tema importante a lo largo de la vida de Hermana María Luisa. La búsqueda y el deseo de pertenencia la llevaron a una pregunta que se planteó al considerar los votos perpetuos como hermana: «¿Cuál es el potencial de la Comunidad para estar dispuesta a cambiar y llegar a las personas que son diferentes?».

Ella hizo sus votos perpetuos en 1971, y, a lo largo de su vida religiosa ha buscado la respuesta a esta cuestión del crecimiento y el cambio.

Hermana Rosemary Welsh, su buena amiga desde 1970, fue testiga de muchos ejemplos del trato que recibía María Luisa como si fuera un ser humano de segunda categoría, desde ser ignorada por los camareros, hasta escuchar a su tía preguntar en voz alta en la mesa familiar: «¿y ella habla inglés?» La paciente respuesta de María Luisa fue: «Sí, y también hablo español».

Rosemary dice con un suspiro: «Cuando le pregunto ¿por qué no te enfadas?, ella responde: ‘Tienes que elegir tus batallas’». Eso se llama resiliencia. Está orgullosa de su cultura. Persiste en ser la buena persona que es».

Cuando María Luisa fue nominada para el liderazgo de la Región de San Luis de las Hermanas de la Misericordia, tuvo dudas. Le dijo a Rosemary: «No siento que sea aquí donde tengo que estar». Y ella le respondió: «¿Recuerdas que cuestionaste la diversidad y la inclusión en la comunidad? Ahora tienes que ponerte donde estaban tus palabras».

Ella  permaneció en el equipo de Liderazgo de San Luis entre 1985 y 1992, y luego fungió como presidenta regional hasta 1995, cuando se unió al Equipo de Liderazgo del Instituto de las Hermanas de la Misericordia, en un cargo que mantuvo durante diez años. María Luisa vivió en una comunidad intencional con sus compañeras del Equipo de Liderazgo, las Hermanas Doris Gottemoeller, Marie Chin y Anne Curtis, entonces asociada a la organización de lobby católico NETWORK. «Fue una verdadera bendición. Con diferentes orígenes, tuvimos conversaciones y experiencias increíbles», recuerda.

Otro paso hacia el crecimiento fue su labor en la conformación de la Alianza de Mujeres de Color hace más de 25 años. Se definieron a sí mismas como Hermanas de la Misericordia de Color que vivían en los Estados Unidos. Se juntaron para apoyarse mutuamente en su enfoque en cuestiones de raza, cultura y lenguaje dentro de la Comunidad. Las integrantes querían llevar a cabo las intenciones establecidas por el Capítulo del Instituto de 1995, una reunión comunitaria de hermanas, para aumentar la diversidad. «Empezamos a reflexionar entre nosotras sobre el hecho de formar parte de una comunidad en la que no siempre teníamos la oportunidad de sentir que pertenecíamos a ella. Nos reunimos para hablar de temas que no se trataban en la Comunidad en general».

En su compromiso con el crecimiento de la Comunidad de la Misericordia, Hermana María Luisa ha disfrutado formando parte de los equipos de liderazgo que han pasado años reuniendo a las Hermanas de la Misericordia en un solo Instituto. El trabajo de transformar entidades separadas en una sola ha implicado muchas visitas a las comunidades locales, conocer a muchas personas y saber escuchar. «Ha sido un trabajo duro. Fíjate en el tiempo que nos ha llevado. Vimos que muchas hermanas aún se resistían. Es duro escuchar el dolor y la resistencia».

Ha aprendido a tener paciencia. Señala que el cambio lleva tiempo. «Decimos todas estas cosas hermosas que nos ayudan a crecer en las más altas aspiraciones».

Una querida amiga, Hermana Rose Marie Tresp, dijo: «Para mí, [María Luisa] personifica a las mujeres sabias del Salmo 31:36: “Ella abre su boca con sabiduría, y la enseñanza de la bondad está en su lengua”».