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Por la Hermana Angelina Mitre, El Dorado, Panamá

Me compadezco de esa gente, que ya llevan tres días junto a mí, y no tienen que comer. (Marcos 8, 2) Denle ustedes de comer. (Marcos. 6, 37)

Inicié mi contacto con las/os inmigrantes cuando empezaron a venir por atención psicológica al Centro donde trabajo.

Un día escuchamos que el coronavirus estaba tocando nues­tras puertas. El gobierno tomó las medidas de cuarentena, y por lo tanto se hizo muy difícil la situación. Para la gente que vive de trabajos informales, significa decir que no hay para comer; un 44% de la población, muchos de ellos son inmigrantes y se ganan la vida mediante el trabajo informal.

Me desperté al impacto del COVID-19 cuando el grupo de inmigrantes me empezó a enviar mensajes diciéndome «Hermana tenemos 3 días que no comemos, ayúdenos». Mis entrañas maternas de misericordia se conmovieron. A semejanza de nuestra fundadora Catalina McAuley me sentí desafiada por la necesidad de la gente. Recibí una lista de 234 familias. Me sentí desorientada. Demasiada gente y no tenía dinero suficiente para dar aunque sea un alivio. Le dije: Señor ¿qué voy a hacer? Yo no puedo multiplicar panes ni peces como Tú.

Una inmigrante voluntaria de Venezuela, izquierda, y Hermana Angelina Mitre llenan bolsas de comida para distribución en el Centro de Orientación y Educación Familiar en Ciudad de Panamá, Panamá donde Hermana Angelina trabaja.

De los fondos del Centro de Orientación y Educación Familiar, nuestro lugar de ministerio, tomamos un dinero. No suficiente, para tanta gente. ¿Adónde ir? Busqué ayuda en la Arquidiócesis, con personas conocidas, y a través de nuestra página del Centro en Facebook. Afortunadamente había llegado una donación a la Arquidiócesis. En coordinación con una orga­nización de nicaragüenses inmigrantes se distribuyó la mayor cantidad de alimentos y bonos. El Centro está cerrado, por lo que llegaron a nuestra casa: nicaragüenses, venezolanos, colom­bianos, y dominicanos, en su hora de salida, ya que estamos en cuarentena y sólo podemos salir por dos horas, tres veces a la semana. La voz se ha corrido y sigo recibiendo mensajes pidiendo ayuda.

Todavía no me sobrepongo a la sorpresa que he recibido por la gente que se ha sumado a la causa de dar de comer al ham­briento. Me pongo en las manos de Dios y sé que el milagro de la multiplicación de los panes y peces es posible, con la ayuda de Dios y de personas de buena voluntad.