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Por la Hermana Suzanne Gallagher

Hace unas semanas, alguien me preguntó: «¿Sigues con tu asunto vegetariano?». La pregunta me sorprendió al principio, y después de mi «sí» inicial, me di cuenta de que estaba agradecida por la oportunidad que la pregunta me brindaba. ¿Por qué soy vegetariana? ¿Qué saco yo de esto? ¿Qué saca el mundo de esto?

Mi resolución comenzó gradualmente. Hace un par de años, decidí que no comería carne roja; esta decisión se mantenía cuando había una selección de pollo o pescado disponible. Poco a poco estaba aprendiendo los beneficios para la salud de no comer carne roja, pero sabía que tenía que haber una razón más allá de mi propia salud para tomar esta decisión.

Al comprometerme finalmente a ser vegetariana el pasado mes de marzo, dos textos se apoderaron de mi conciencia. El primero, como era de esperar, es Laudato Sí. El Papa Francisco habla tan elocuentemente de la creación como un «sacramento de comunión… [donde] lo divino y lo humano se encuentran» (n. º 9). Francisco hace la llamada a esforzarse «hacernos cargo de esta casa que se nos confió… [j]unto con todas las criaturas» (n. º 244). Esta casa está claramente en crisis; ¿cómo participo yo en su devastación y restauración? La profundidad y la belleza del texto, si bien son grandes, se ven eclipsadas, para mí, por el desafío que representa.

Fue un segundo libro que me impulsó a preguntarme cómo mi cuerpo material es parte del cuidado y la transformación de nuestro hogar común. Sabía que tenía que ir más allá del reciclaje, del negarme a usar plásticos y del compartir el auto tanto como fuera posible. El libro de John Dear, They Will Inherit the Earth: Making Peace and Practicing Nonviolence in a Time of Climate Change [Heredarán la Tierra: Hacer la paz y practicar la no violencia en un tiempo de cambio climático], clarificó el camino que tenía que tomar. Me encontré consumiendo y digiriendo ese texto. La paz y la no violencia parecen estar tan estrechamente ligadas al cuidado de nuestra Tierra, y adoptar una dieta vegetariana es una forma de participar.

El libro de Dear presenta los costos y las consecuencias del consumo de carne, algunos de los cuales ya hemos escuchado antes: las grandes cantidades de grano que se necesitan para producir una libra de carne de res, para que podamos disfrutar de nuestras hamburguesas; países que exportan su grano para la alimentación del ganado mientras su población se muere de hambre; la crueldad cometida con animales, cerdos y pollos en el proceso de cría y sacrificio para que podamos, como dice Dear, «llenar nuestros cubos de KFC» y comer alas de pollo en las fiestas deportivas. Los combustibles fósiles, el uso de fertilizantes y otros costos de producción de alimentos tienen un precio extravagante sólo para que podamos disfrutar de la carne, a veces dos o tres veces al día.

¿Qué gano yo siendo vegetariana? Aunque echo de menos las salchichas y el budín con carne de cerdo scrapple (si eres de Filadelfia, sabes lo que quiero decir), me sorprende lo agradable que puede ser: las texturas y sabores de los diferentes hongos; la delicia de una hamburguesa de frijoles negros o chili vegetariano; la dulzura de los amigos que planeaban un menú para asegurarse de que había algo que yo podía comer y disfrutar, innecesario pero muy apreciado.

Soy miembro de una comunidad de la Misericordia y estamos decididas a sostener el medio ambiente, siendo consumidoras conscientes de las riquezas de la Tierra, tomando sólo nuestra parte. Nos esforzamos por ser cuidadosas con lo que conducimos, vestimos y comemos; tenemos la esperanza de un mundo en paz y donde todas las personas tengan alimento.

Estas cosas no sucederán simplemente porque soy vegetariana, pero es mi contribución y me está cambiando. Soy yo, haciendo algo, no porque tenga la seguridad del éxito, sino porque es lo que debo hacer. Oh, esto es un proceso, un caminar que no termina cuando realizo «mi acto vegetariano». Recemos unas por otras mientras caminamos.