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Por la Hermana Cynthia Serjak


Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz,
como lo has prometido,
porque mis ojos han visto la salvación
que preparaste delante de todos los pueblos:
luz para iluminar a las naciones paganas
y gloria de tu pueblo Israel.
Lucas 2, 29-32


¿Quién es Simeón, este extraño hombre que aparece solo una vez en el Evangelio de Lucas? ¿Por qué ofrece un mensaje que es a la vez aceptación de su propia finitud y expectativa gozosa de gloria?


Simeón muestra una extraordinaria habilidad para “avistar” el panorama actual y la audacia de anunciar su más profundo sentido. Es un profeta en la mejor tradición del Antiguo Testamento al llamar a aquellas personas que quieren oír acerca de ver más allá, de ver lo que está oculto, de ver gracia, luz y gloria dando forma a las generaciones. Su visión es la de los sabios que dan un paso atrás para ver más allá. Es la sabiduría que resuena siglos más tarde en el himno, «Mis ojos han visto la gloria…» (Julia Ward Howe)

Quizás este himno quiere que consideremos las circunstancias de Simeón en nuestras propias vidas, esas oportunidades de tener una claridad absoluta sobre por qué estamos aquí y cuál es como humanos nuestro propósito en la creación. Estos momentos personales pueden llegar cuando vemos que a los hijos de nuestros hijos les va bien en el mundo. Comunitariamente ese momento puede venir cuando se revela entre nosotras el anhelado entendimiento, o cuando podemos ver que un apostolado incipiente nos sobrevivirá y será llevado a cabo por otras personas.

En ese preciso momento reconocemos que hemos sido bendecidas para ver la gloria abriéndose paso, aunque sea un poco. Allí hay un sentimiento de paz, para Simeón y para nosotras, en tanto reconocemos que está bien dejar pasar y seguir adelante, liberar nuestras expectativas y nuestra impaciente espera y cuestionamientos. Hemos visto lo suficiente para saber que la gracia prevalece y que todo va a estar bien.

No tenemos que ser ancianas para elevar esta oración; puede ser expresada por personas de cualquier edad, por quienes crean lo suficiente para amar radicalmente, servir compasivamente y seguir adelante cuando llegue el momento. Todo esto es una práctica para la despedida final de nuestras vidas, cuando, ¿quién sabe? Quizá el mismo Simeón pueda venir a saludarnos y decir de nuestra vida: «Mis ojos han visto…».