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Por la Hermana Melchora Acabo

La historia que quiero contarles de mi apostolado se refiere a mi compromise con los aborígenes subanen, (comunidad que vive cerca del río) en la Diócesis de Ipil, Alicia, Zamboanga, Provincia Sibugay en las Filipinas. Cada mes viajamos a la zona para impartir la catequesis, llevarles alimentos y visitar a enfermos de cada barangay (aldea) que está incluida en el programa. Actualmente son seis barangay que están ya organizadas.

Un encuentro que tuvo un gran impacto en mí fue cuando conocí a Timoay Marcelino Dangay, uno de los líderes indígenas, y tuve la occasion de departir con él sobre su fe y su creencia en Dios, a quien su tribu llama Magbabaya. Ellos creen que Magbabaya está en toda la creación pero en especial en las montañas, las aguas y los árboles. Su fe fortaleció la mía y mi propia

creencia en mi Dios. Agradecí profundamente su sencillez y la forma en la que valoran y defienden su fe, incluso si se han convertido al cristianismo; aun así, su creencia y respeto a su Dios invisible permanece.

A medida que yo servía, aprendí a vivir con más sencillez, a ser más perseverante, a aceptar y a ser más comprensiva, en particular con las diferentes idiosincrasias, tanto en la comunidad religiosa como en una comunidad más grande. Aprendí que la Misericordia siempre está dispuesta a responder a los necesitados en cualquier momento. Si alguien lo necesita, no esperamos a mañana porque la necesidad es ahora. La misericordia y la compasión predominan en el apostolado. Me quedó claro que el voto de servicio significa entusiasmo y un profundo compromiso de estar al servicio sin importar la hora, la Lluvia o el sol, y sobre todo sin importar la raza, la tribu y el género.

Me gustaría que todas las Hermanas del Instituto conocieran mi mundo; que me encuentro entre los aborígenes para comprender su carácter, aprender a adaptarme a su cultura y aprender a aceptar las diferencias de nuestras perspectivas. Me han enseñado cómo conducir una

motocicleta en terrenos montañosos. Es difícil, pero he aprendido a valorarlo de la misma forma en la que valoro como un tesoro la creación que encuentro en mi camino y a las personas que conozco cada día. A pesar de su limitado nivel educativo, me han enseñado a vivir de modo feliz en medio de las luchas y los desafíos de la vida.

La misión de Dios no es fácil, pero he aprendido a confiar más y ser más dependiente en la gracia de Dios.