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«Oh vengan, Oh vengan… » «No vengan. No vengan».

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Por la Hermana Deb Troillett

Hace seis meses, el 7 de junio, Kamala Harris, en su primer viaje internacional representando a los Estados Unidos como vicepresidenta, se reunió con el presidente guatemalteco Alejandro Giammattei. En esa oportunidad, estuvo hablando con guatemaltecos que pensaban dejar su tierra natal para buscar refugio en los Estados Unidos, sin embargo, sus palabras repercutieron en todo Centroamérica. Indudablemente, su mensaje llegó a todo el mundo: «No vengan». Les sugirió a la gente más pobre, más vulnerable, más aterrorizada, más oprimida —no vengan.

En esta temporada litúrgica, enriquecida con mensajes proféticos de consuelo y esperanza, del anhelo de toda la creación por el Cristo de Dios y de lo recóndito de nuestro clamor para que Dios venga, irónicamente quizás —incómodamente, de hecho— sigo escuchando la voz de la vicepresidenta Harris y este es el único mensaje que resuena en mi corazón y mente: «No vengan. No vengan».

Parece que mi corazón no puede cantar plenamente la gran antífona «Oh vengan, oh vengan…» sin recordar también «no vengan, no vengan».

No vengas, oh Emmanuel, porque no aceptamos el modo como vienes, y se nos hace muy difícil aceptar y creer que te identificas plenamente con «ellos», los hermanos y hermanas no deseados. No vengan cuando hay tanta inseguridad económica; no es favorable. Y con tantas «noticias falsas», no podemos garantizar que ustedes, al llegar como «los no deseados» no sean realmente delincuentes disfrazados. Además, no les favorece que hayan sido señalados así en su propio país. No vengan porque no se parecen a nosotros y no hablan nuestro idioma. No vengan por miles, no vengan en oleadas, no vengan, sencillamente no podemos sobrellevarlo. Nuestras fronteras están derrotadas.

Pero, de hecho, oh Emmanuel, recuerdo, dónde y cómo llegaste por primera vez. Dónde naciste.

Pobre.

De hecho, recuerdo Emmanuel que tu familia te llevó y huyó a Egipto.

Solicitantes de asilo.  

Y cuando llegue la «Segunda Venida» y el juicio final, también sé que tú, oh Emmanuel, enseñaste que habrá una clasificación, como las ovejas de las cabras. Porque, al final, nos dices que básicamente hay dos clases de personas: los que deben responder a las necesidades humanas de los más vulnerables llanamente porque es una necesidad humana, y los que se autoidentifican como los que seguramente habrían respondido si hubieran tenido la certeza de que eras tú, oh Emmanuel.

Quizás la inquietud en mi corazón en estos días viene de reconocer que realmente formo parte de esta conciencia colectiva de «cabra» estadounidense. ¡Seguramente, nuestros corazones estadounidenses colectivos dirían «vengan» si supiéramos con certeza que eres tú, Jesús, huyendo de la violencia y la pobreza! No obstante, eso es lo que ya nos has dicho… y nos dijiste hace mucho tiempo.

María Boulding, en un libro titulado La venida de Dios, nos recuerda que, «Somos la nueva creación de Cristo, pero aún asumimos un interés en el viejo caos… Debemos orar desde una perspectiva de desconcierto, ya que allí es donde nos encontramos, y eso es lo sustancial donde el Espíritu se deleita en obrar…».

Mientras esperamos y oramos en gozosa esperanza, el Papa Francisco nos dice que la esperanza es un regalo, en particular de los marginalizados y de los que sufren, y una expectativa que comprende solidaridad y acompañamiento. «Si tenemos esperanza, es porque muchos de nuestros hermanos y hermanas nos han enseñado a anhelar y mantener viva nuestra esperanza».

Y a continuación, oremos…

Oh ven, oh ven Emmanuel, ven en nuestros hermanos y hermanas obligados a huir
Ven al caos de nuestra propia oración
Ven, y al llegar, supera las fronteras de nuestros propios corazones.