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«Un regalo formidable»: Una hermana recuerda a su hija adoptiva en la Jornada Mundial contra el SIDA

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Por Catherine Walsh

Como Hermana de la Misericordia, Mary Ann LoGiudice nunca imaginó que ella también sería madre, y mucho menos de una niña que moriría en sus brazos de SIDA.

Pero más de un cuarto de siglo después de la muerte de su hija adoptiva Barbara, Mary Ann comparte su historia en la Jornada Mundial contra el SIDApor una sencilla razón. «Es importante para mí que la gente sepa el regalo formidable que Barbara fue en mi vida y en la vida de tantas otras personas», dice. «Su enfermedad venía después de su vida».

Mary Ann también ha compartido la historia de Barbara en una grabación oral de la historia y en That Place Called Home [Ese lugar llamado hogar], un libro de memorias que escribió con el periodista Paul Grondahl. En la Jornada Mundial contra el SIDA de 2019, recuerda a su hija como «una niña muy brillante y curiosa, una niña muy sensible y cariñosa». Con una risa suave, Mary Ann añade: «¡Y era divertida! Era muy inteligente y le encantaba contar chistes y cantar canciones».

Hermana Mary Ann en 1968 después de sus primeros votos como una Hermana de Misericordia
Hermana Mary Ann en 1968 después de sus primeros votos como una Hermana de Misericordia

Pero Mary Ann señala también que la historia de Barbara no se trata sólo de una niña con una enfermedad mortal que se conecta con una hermana que estaba ansiosa por cuidarla; es también la historia de las Hermanas de la Misericordia y sus colaboradores, y cómo esta orden de religiosas católicas respondió a la crisis del SIDA con valentía y amor.

«Muy al comienzo en la epidemia del SIDA, había muchas incógnitas, mucho miedo y prejuicios; abrimos la primera residencia autorizada para niños con VIH y SIDA en el estado de Nueva York», recuerda Mary Ann.

Conocida como la Casa Farano, la residencia era parte de una agencia de Caridades Católicas en Albany llamada Community Maternity Services (CMS). Sus huéspedes eran en su mayoría «bebés internos» de los hospitales de la ciudad de Nueva York que, nacidos de madres drogadictas, habían sido considerados demasiado peligrosos para ser colocados en hogares de acogida debido a su estado de salud. La difunta Hermana Maureen Joyce, que fue la gerente y mentora de Mary Ann en CMS, encontró hogares de acogida para 100 de estos niños, la mayoría en la lejana diócesis de Albany que cubre 14 condados urbanos y rurales.

Hija y madre disfrutan del Parque Washington de Albany en 1991.
Hija y madre disfrutan del Parque Washington de Albany en 1991.

Pero no fue fácil encontrar un hogar para Barbara, quien fue una de las primeras huéspedes de la casa cuando llegó el 27 de enero de 1988 y, a los tres años y medio, su residente de mayor edad.

Hermana Mary Ann y Barbara en una boda familiar en 1991.
Hermana Mary Ann y Barbara en una boda familiar en 1991

Aunque Mary Ann no trabajaba en la Casa Farano —su ministerio era con madres adolescentes solteras— disfrutaba ayudando a alimentar y bañar a sus jóvenes residentes por las tardes. Pronto se encontró «hechizada» por Barbara, quien tomaba prestadas sus pulseras de brazaletes y se acurrucaba en su regazo para que le leyera cuentos antes de acostarse.

Cuando Mary Ann le mencionó a Maureen que, si no fuera una Hermana de la Misericordia, trataría de ser madre de crianza de Barbara, Maureen la alentó a que pidiera permiso a las superioras de las Hermanas de la Misericordia de Albany. «¿No tienes nada que perder?».

Barbara y la Hermana Mary Ann en el día de Primera Comunión de Barbara en 1992. «Barbara tenía una fe profunda aun cuando ella era una niñita», dice su mamá.
Barbara y la Hermana Mary Ann en el día de Primera Comunión de Barbara en 1992. «Barbara tenía una fe profunda aun cuando ella era una niñita», dice su mamá.

Lo que siguió fue una notable serie de eventos que se desarrollaron para Mary Ann, Barbara, las Hermanas de la Misericordia de Albany y sus muchos amigos y familiares. No sólo las Hermanas de la Misericordia —después de mucho diálogo y oración— permitieron que Mary Ann fuera madre de crianza de Barbara y luego su madre adoptiva, sino que también recibió el apoyo del obispo Mons. Howard Hubbard, de numerosos sacerdotes, hermanas y personal laico, y de casi todos los demás que se enteraron de la necesidad mutua de Mary Ann y Barbara.

Durante cinco años, hasta la muerte de Barbara el 19 de junio de 1993, Mary Ann y Barbara fueron una familia. Al principio, dice Mary Ann, «fue un verdadero choque» tener la responsabilidad completa de una niña. Barbara me enseñó muchas lecciones maravillosas en su corta vida. Una de las inmediatas fue una comprensión más profunda de todas las mujeres jóvenes con las que trabajaba en Community Maternity Services, que eran madres jóvenes y no tenían el tipo de apoyo que yo tenía».

Alegría de Navidad compartida por Amanda y Barbara quienes llegaron a ser mejores amigas a pesar de sus personalidades diferentes. «Barbara podía ser mandona, pero Amanda era relajada» dice la Hermana Mary Ann. Las niñas debían tener pruebas de sangre cada mes debido a su situación de VIH. SIDA
Alegría de Navidad compartida por Amanda y Barbara quienes llegaron a ser mejores amigas a pesar de sus personalidades diferentes. «Barbara podía ser mandona, pero Amanda era relajada» dice la Hermana Mary Ann. Las niñas debían tener pruebas de sangre cada mes debido a su situación de VIH

Madre e hija sintieron el camino como una familia, recuerda Mary Ann. Continuó con su ministerio de Community Maternity Services mientras Barbara recibía cuidado infantil en la Casa Farano y más tarde asistía a la escuela. Los momentos felices incluyeron las celebraciones navideñas, vacaciones de verano en Cape Cod, un viaje a Disneylandia, la Primera Comunión de Barbara.

Otra fuente de alegría dice Mary Ann, fue la amistad de Barbara con Amanda, una niña de su edad que también era seropositiva y que había vivido en la Casa Farano antes de ser adoptada. «Las niñas se convirtieron en mejores amigas y almas gemelas», dice en voz baja. «Desafortunadamente, murieron con un par de meses de diferencia».

Mary Ann dice que siempre estará «eternamente agradecida» a las Hermanas de la Misericordia de Albany por la oportunidad de ser la madre de Barbara. «Las Hermanas de la Misericordia son conocidas por asumir riesgos y responder a las necesidades de los tiempos, y eso fue ciertamente real, en el caso de la crisis del SIDA», dice.

«Los niños y niñas con VIH y SIDA, como Barbara y Amanda, todavía pueden enseñarnos lecciones más amplias sobre la dignidad de cada ser humano, y por eso también estoy agradecida».