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Por la Hermana Doris Gottemoeller

A estas alturas, probablemente ya han puesto su pesebre: María y José y el niño Jesús en un establo, un par de pastores con una o dos ovejas de pie cerca, y, flotando por encima, un ángel con los brazos extendidos, que representa una «hueste de visitantes celestiales». A unos centímetros de distancia (o escasos metros, dependiendo del tamaño de su chimenea), los Magos y su camello se acercan.

Al contemplar esta escena amada, podemos escuchar el canto de los ángeles: «¡Gloria a Dios en lo alto y en la tierra paz a los hombres amados por él!» (Lucas 2,14). La historia nunca envejece; la canción nunca deja de levantar nuestros corazones. Dios ha escogido gente común, humildes pastores, para recibir buenas nuevas de gran alegría para todo el pueblo. «Hoy les ha nacido en la ciudad de David el Salvador, el Mesías y Señor». (Lucas 2,11)

Si trato de hacer un paralelismo entre el momento en que la canción se cantó por primera vez y hoy, dos cosas me vienen a la mente. Primero, el mundo en el que Jesús nació estaba trágicamente dividido: religiosa, política y económicamente. Entre los judíos, los sectores competidores se despreciaban mutuamente. El dominio romano sobre los judíos era a menudo cruel y autocrático. Y la brecha entre ricos y pobres parecía inalcanzable. Hoy en día, nuestros pueblos y naciones, a pesar de los enormes avances científicos, experimentan las mismas divisiones, a menudo exacerbadas por la capacidad de insultarse y amenazarse mutuamente utilizando las redes sociales. Y en la lista están las armas y ejércitos que podrían destruir el planeta tal como lo conocemos.

Pero la segunda observación abruma la primera: la «Buena Nueva, una gran alegría para todo el pueblo». Dios desea «paz a los hombres amados por él» (Lucas 2,10). El amor de Dios es ilimitado, abarcando a santos y pecadores (¡y a nosotros mismos, dondequiera que estemos en ese espectro!). El amor de Dios abraza:

  • al bebé nacido con terribles anomalías fetales, destinado a vivir sólo unos minutos
  • al asesino en el corredor de la muerte
  • a tu mariscal de campo favorito de la Liga Nacional de Fútbol
  • a tu mejor amigo/a
  • al actual ocupante de la Casa Blanca
  • al empleado que te atendió en el supermercado
  • y a todos los demás en la Tierra, cualquiera que sea su etnia, nacionalidad, religión u opiniones políticas

En resumen, esta es la fuente y la base de la Doctrina Social de la Iglesia: la dignidad humana. Dios envió a su Hijo como Mesías y Señor, como Salvador, para todos y cada uno de los seres humanos. A medida que navegamos por nuestras rutinas diarias, por difíciles que sean, necesitamos recordarnos a sí mismos que el amor de Dios descansa en cada persona que encontramos. Hoy, como en la primera Navidad, Dios ha elegido dar a conocer su mensaje a las personas comunes y corrientes.

Durante los dos milenios transcurridos desde esa noche santa, la Iglesia ha estado cantando la canción del ángel, Gloria de la Misa. Al celebrar la Navidad de este año, abramos nuestros corazones aún más al mensaje angelical: «¡Gloria a Dios en lo alto y en la tierra paz a los hombres amados por él!».