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Celebración del Orgullo con Dignidad

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Por Carolyn Shalhoub, Asociada de la Misericordia

Junio es reconocido como el Mes del Orgullo LGBTQ+. Esta celebración se inició como un homenaje a participantes de la llamada «Stonewall Riots» (Revuelta de Stonewall) en junio de 1969, en Greenwich Village, Nueva York. Fueron seis días de protestas y enfrentamientos por la exigencia de que se permitiera a las personas LGBTQ+ hablar abiertamente de su orientación sexual sin temor a ser arrestadas.

Si una persona no está familiarizada con la historia de la comunidad LGBTQ+ en Estados Unidos antes de Stonewall, puede que no recuerde que las personas eran detenidas con frecuencia por estar en ciertos bares conocidos como bares gay, por bailar con alguien de su mismo sexo o por no llevar ropa asociada a su sexo legal de nacimiento. Su foto aparecía en el periódico y era probable que perdieran su trabajo y tuvieran antecedentes penales.

Los cambios que se han producido desde entonces, incluida la posibilidad de contraer matrimonio legalmente con una pareja del mismo sexo, son impresionantes, a menos que uno sea católico (o miembro de otra comunidad religiosa conservadora). El Mes del Orgullo se celebra cada año para hacer un reconocimiento de los miembros de la comunidad LGBTQ+ y a los derechos que se han conquistado con esfuerzo, pero también para reconocer que todavía hay mucho trabajo por hacer.

Mi propia historia refleja que yo estaba un poco confundida.

Me gradué de una escuela católica femenina, asistí a un college católico local del que me gradué en 1968; vivía en casa y rara vez salía con alguien. Hice una amiga íntima en la universidad por la que me di cuenta, sentía inclinaciones sexuales. Entonces comenzó la batalla dentro de mí. Había pocos recursos en las bibliotecas o librerías, y probablemente me habría desmayado frente a la caja registradora si hubiera intentado comprar un libro de este tipo. Recuerdo haber leído un artículo y ver que se referían a los homosexuales como «pervertidos». La verdad es que no me cuadraba esa palabra.

De alguna manera, fui capaz de ocultar mis inquietudes y disfruté de años de camaradería social y laboral con esta amiga, hasta que se marchó. Devastada, decidí enterrar mis sentimientos dedicándome a mi trabajo en un hospital católico.

En los años 80, se podían encontrar muchos más libros y artículos sobre la homosexualidad, pero nada positivo sobre el tema en las proclamas o publicaciones católicas. Entonces, de alguna manera, oí hablar de DignityUSA, una organización nacional de católicos LGBTG+ que reconoce la bondad de las relaciones, incluidos los aspectos sexuales, entre personas del mismo género. Encontré que en una universidad católica existía un grupo local de Dignity que celebraba la misa en el campo, y me uní a ellos desde entonces. Como oficial de Dignity he asistido a las reuniones nacionales y me ha impresionado la sinceridad de las liturgias de oración y la dedicación de las personas.

A efectos prácticos, había vivido una doble vida: mis colegas de trabajo, mis amigos y mi familia no sabían que me identificaba como lesbiana. Era demasiado tarde y yo no tenía ninguna relación. Aunque había personas en mi entorno que conocían a la «verdadera» Carolyn, la primera vez que salí del clóset públicamente fue en una reunión de la Misericordia en el Centro McAuley hace unos años, participando en un panel con personas LGBTQ+, expertas y aliadas.

Creí que el corazón se iba a salir de mi pecho mientras preparaba la presentación y luego al hacerla frente al grupo. Pero me encontré con reacciones de apoyo por parte de mis conocidas de la comunidad local y de muchas personas de todo el país. Desde entonces, me he comprometido como asociada de la Misericordia y he participado en las reuniones del grupo OSIG (Orientación Sexual e Identidad de Género).

Admiro a las Hermanas de la Misericordia por abrir este diálogo a toda la comunidad a través de la educación, la conversación y el testimonio. En este sentido, van décadas por delante de la jerarquía católica romana, que parece no estar dispuesta a reconocer la evolución de la comprensión de la sexualidad humana tanto en el conocimiento científico como en las experiencias vitales de las personas LGBTQ+.

A nivel local, a comienzos de 2020, la jerarquía prohibió al capítulo de Dignity Detroit celebrar la misa semanal en la capilla de una universidad católica patrocinada por las Hermanas de Siervas del Corazón Inmaculado de María, luego de venir haciéndolo durante 46 años. A los sacerdotes diocesanos y de órdenes religiosas se les ha prohibido explícitamente presidir la misa para nosotros. La pandemia del COVID-19 eliminó las liturgias en persona para todo el mundo, así que compartimos esa privación, pero la nuestra deberá ser permanente.

Desde hace tiempo, se le ha prohibido celebrar liturgias en espacios católicos a la mayoría de las secciones de Dignity en Estados Unidos por lo que han tenido que optar por reuniones de culto alternativas. Liturgias dirigidas por laicos, mujeres que presiden liturgias y dan homilías o experiencias creativas de oración; he experimentado todo esto a través de Zoom o en nuestra comunidad local de Dignity, ¡y ha sido esclarecedor! No está tan mal en todas las diócesis católicas, pero todavía hay un largo camino por recorrer.

Dignity Detroit y algunas parroquias locales y organizaciones católicas de apoyo participan en las celebraciones anuales del Orgullo en Detroit y en el suburbio de Ferndale, atendiendo mesas de información y respondiendo a preguntas sobre ser católico y LGBTQ+. Cada año, nos sentimos alentados por el número de personas interesadas en participar en el culto católico y en reclamar su herencia bautismal.

Estoy agradecida por haber tenido la oportunidad de reflexionar sobre estas dos partes claves de mi vida: mi orientación sexual y mi compromiso con la misión de la Misericordia, durante este mes que celebra la dignidad de la comunidad LGBTQ+.