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De Irán a Vermont: Una historia navideña de misericordia

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Por Rowshan Nemazee, Asociada de la Misericordia, como le fue contada a Catherine Walsh

Cuando me fui de Irán en la víspera de Navidad 1979 con mis dos hijos pequeños, en plena revolución, no pensé que fuera a dejar mi país natal para siempre. No podía imaginar que un día viviría en Vermont y sería una Asociada de la Misericordia con las Hermanas de la Misericordia.

Mi vuelo de Teherán a Londres ocurrió solo unas semanas después de que los militantes tomaran la Embajada de Estados Unidos en ese país y empezaran a tomar como rehenes a 52 ciudadanos estadounidenses, una crisis que perduró por más de un año. El dinero y las joyas que saqué del país tuve que esconderlos en el forro de los abrigos de mis hijos y en las suelas de sus botas.

Crecer con privilegios

Soy la hija de un padre iraní y una madre puertorriqueña que se conocieron en el colegio de posgrado en Estados Unidos. Crecí en Irán hablando inglés y farsi, el idioma persa, posteriormente aprendí español y francés. Fui educada en una combinación de los credos musulmán y cristiano episcopal. Mi abuelo, el padre de mi madre, fue uno de los tres sacerdotes episcopales que introdujeron la iglesia episcopal en Puerto Rico.

Vine de una familia muy conocida en Irán. Mi abuelo fue senador durante más de 50 años y mi tío fue un buen amigo del sha (o rey) de Irán; jugaron juntos al póker, y mi primo estudió con el hijo del sha, el príncipe heredero.

Nuestras casas estaban llenas de hermosos artefactos y antigüedades procedentes de la vida y los viajes al extranjero. Desde que tuve 12 años asistí a internados en Inglaterra y Suiza, al igual que mi hermano menor.

Nuestras vidas de comodidad y privilegio cambiaron repentinamente con la revolución iraní, que derrocó a la monarquía. La República Islámica que la sustituyó, en mi punto de vista, igualmente vergonzosa en su crueldad hacia el pueblo iraní.

La realidad de la pobreza, la esclavitud, la miseria y el tormento de Irán no cambió con la revolución.

Convertirse en refugiados

La revolución significó que mi familia y yo tuvimos que huir de nuestra tierra natal por nuestra seguridad. Antes de irnos, los guardias revolucionarios adolescentes llegaron a las casas de mis familiares y sellaron todas las cosas que tenían valor.

Cuando no permití que los guardias adolescentes entraran en el dormitorio donde mis hijos de 3 y 5 años de edad dormían, uno de ellos me apuntó con la ametralladora al estómago. Le dije que tendría que dispararme primero. Un guardia mayor intervino, y la habitación de mis hijos no fue perturbada.

Nuestras cuentas bancarias fueron congeladas.

Mi padre debía obtener su visa de los Estados Unidos el día en que tomaron la Embajada de los Estados Unidos, así que él y mi madre tuvieron que ir a Inglaterra en vuelos separados, después que yo escondiera el dinero y las joyas de mi madre en una secadora de pelo, un frasco de perfume y unos paquetes de cigarrillos (mi madre no fumaba) que yo desarmé y volví a armar.

Un hombre amable, amigo de un amigo, y con buenos contactos en el aeropuerto, se aseguró que mis padres embarcaran en sus vuelos sin ningún contratiempo. Cuando seguí a mis padres a Inglaterra después de unas semanas, él también me ayudó. Nunca lo olvidaré.

Le prometí a mi abuelita que regresaría pronto a Irán con los niños. (Mi abuelo ya había fallecido.)

Pero mi hijo mayor tuvo una rara enfermedad cardíaca. Cuando vi a su cardióloga en Inglaterra, dos días después de Navidad, me dijo que él debía ser operado de inmediato y que su condición era grave. Fue en ese momento que decidí que no regresaría. Sería un riesgo demasiado grande si no me dejaban volver a salir del país. (Más tarde supe que yo estaba en la lista de «no salir»).

La cardióloga de mi hijo nos ayudó a obtener el permiso para permanecer en Inglaterra y luego obtener una ciudadanía británica de pleno derecho, para que yo pudiera trabajar. También logró que estemos en el sistema nacional de salud del país, que disminuyó parte de mi estrés financiero. Afortunadamente, tenía mis joyas que podía vender y vivir de ello por un tiempo.

Nunca olvidaré a esta mujer formidable y quisiera encontrarla. Ella tendría más 90 años.

Experimentar la misericordia

Durante más de una década, mis hijos y yo tuvimos nuestro hogar en Inglaterra.

Mis padres se trasladaron de Inglaterra a Vermont a finales de 1979 para estar con mi hermano, y en 1990, mis hijos y yo también nos mudamos allí. Mi padre tuvo cáncer terminal y mi madre tuvo una enfermedad cardíaca; ellos querían que me quedara allí y yo deseaba cuidarlos.

Tras el fallecimiento de mi padre, traté de encontrar trabajo, pero la falta de un título universitario me detuvo. Fue en ese entonces que ingresé a Trinity College y conocí a las Hermanas de la Misericordia. (La universidad cerró en el año 2000, y la venta de la propiedad sirvió para financiar Mercy Connections.)

Me conmovió la espiritualidad de estas mujeres y su compromiso a la justicia. Debido a su influencia, me convertí al catolicismo, algo que a mi madre no la hacía feliz, y luego me convertí en Asociada de la Misericordia.

Rowshan Nemazee (derecha) hace su alianza como Asociada de la Misericordia, 1998

Aunque a veces he cuestionado mi decisión de convertirme al catolicismo, estoy agradecida por mi conexión con las Misericordias. Ayudar a las mujeres es una parte fundamental de su misión, y me dieron el apoyo financiero para obtener no solo mi licenciatura, sino también una maestría y un doctorado en religión de la Universidad McGill en Montreal, Canadá.

La Hermana Jacqueline Marie Kieslich, ex presidenta de la antigua Comunidad Nordeste, es alguien con quien converso a menudo. Ella es mi gran apoyo y una gran amiga. El día que recibí mi doctorado, recogió a mi madre y la llevó a la graduación.

Rowshan y la Hermana Jacqueline Marie Kieslich.

La Hermana Jeannine Mercure, ex presidenta de la antigua Comunidad de Vermont, es también una amiga fiel y fue fundamental para obtener apoyo financiero para que yo pudiera realizar mis estudios. Siempre le estaré agradecida.

Hasta hace poco, serví durante una década como coordinadora de dos ministerios: Mercy Connections en Vermont y Círculos de la Misericordia en el norte de Nueva York. Este trabajo me cautivó, ya que ambos ministerios sin fines de lucro se dedicaron a empoderar a las personas necesitadas, que es lo que para mí significa la misericordia.

Rowshan, su madre Belén, y la Hermana Jeannine Mercure comparten una cena festiva.
Rowshan (centro) y las Asociadas de la Misericordia Debbie Paterson y Janice Gallant cantan en una reunión de San Valentín de hermanas y asociadas/os de Vermont, 2015.

Me desempeño como profesora adjunta en Champlain College de Vermont, donde disfruto ayudando a los estudiantes a explorar las conexiones entre la religión, el arte y la justicia. Mi vida consiste en erradicar el racismo, el sexismo, clasismo y todos los demás «ismos» que marginan a los seres humanos y destruyen nuestro planeta.

Ser madre de hijos que florecen en el mundo me da mucho gozo. Un hijo es doctor y el otro es artista.

Mientras llega otra Navidad con COVID, llevo a los migrantes errantes de la Tierra y a la propia Tierra en mi corazón y en mis oraciones. Rezo para que, guiados por el niño Jesús, todos encontremos nuestro camino hacia la seguridad y la vida nueva.


Las fotos son cortesía de Rowshan Nemazee y las Hermanas de la Misericordia de Vermont.