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Enfrentando la enfermedad terminal con Misericordia, parte 1

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Por Catherine Walsh, Especialista en Comunicaciones

Este artículo es el primero de una serie de perfiles de las hermanas que viven con enfermedades graves.

La Hermana Patricia F. fue enviada del hospital para morir en su casa a comienzos de agosto. Ella tenía cáncer de ovario propagado y agravado por obstrucciones en el estómago e intestino; optó por el hospicio en vez de la quimioterapia y otros tratamientos invasivos. El director del funeral de la localidad y tres sacerdotes llegaron para ayudarla a prepararse para su viaje postrero.

Pero entonces sucedió algo. La Hermana Pat, tan pronto como había hecho las paces con su enfermedad y se había entregado a Dios con quien ella había caminado en Misericordia por 63 años, empezó a sentirse mejor.

1.La Hermana Pat se relaja cerca a su «pared de amor» mientras luce un collar especial de plumas. «Estas plumas me recuerdan que es para lo que me esfuerzo, ser una pluma en el aliento de Dios», dijo. Foto por Catherine Walsh/Comunicaciones del Nordeste.
La Hermana Pat se relaja cerca a su «pared de amor» mientras luce un collar especial de plumas. «Estas plumas me recuerdan que es para lo que me esfuerzo, ser una pluma en el aliento de Dios», dijo. Foto por Catherine Walsh/Comunicaciones del Nordeste.
 

Cuatro semanas después que había dejado el hospital, la Hermana Pat entró a la oficina de su cirujano para una cita de seguimiento y vio como él tuvo que mirarla dos veces. «Él continuó diciendo, ‘¡Mírese! ¡Mírese! ¿Qué le está sucediendo?’» recordó la Hermana Pat con una sonrisa. «Él dijo, ‘Aunque nací y fue criado católico, no soy muy bueno en este momento. Pero me parece que puede ser una intervención divina’».

La primera reacción de la Hermana Pat a su nuevo bienestar fue celebrar su 80º cumpleaños con sus amigas con dos almuerzos selectos y un viaje de tres días a Ogunquit, Maine. Y ¿qué importa si ella tendría que comer puré al comienzo y depender de otras por su cuidado? «Cuando recién llegué a casa del hospital, pensé que era mi responsabilidad prepararme para morir, y eso fue lo que hice por casi tres semanas,» reflexionó ella. «Luego, cuando me di cuenta que la muerte no era inminente, decidí participar en la vida».

La nueva instrucción de su doctor— «¡Continúe haciendo lo que sea que esté haciendo!» —fue algo que ella tomó muy en serio. Cuando sus amigas le ofrecieron invitarla con la Hermana Chris, su compañera y amiga, a un viaje a Brujas, Bélgica, en octubre, ella aceptó y tuvo una experiencia maravillosa. Desde entonces, la Hermana Pat ha tratado de realizar algo nuevo, una actividad fuera de lo común al mes, que incluye ir al teatro en Boston, Massachusetts y en la ciudad de Nueva York, como también ir a un retiro en el Centro de la Misericordia en Madison, Connecticut.

La Hermana Chris, quien es 20 años menor que la Hermana Pat, dice que la Hermana Pat merece el crédito por ayudarla a ser Hermana de la Misericordia y ser «una mejor Hermana de la Misericordia» con el transcurso de los años. Añadió que la respuesta plena de fe de la Hermana Pat a su enfermedad le inspira. «Uno se pregunta si cuando uno llegue a estar realmente enferma, ¿su fe podrá ayudarla a superarla? ¿Estará a su lado?» pregunta la Hermana Chris. «Ha sido un privilegio ver cómo la fe de Pat continúa impulsándola todos los días».

Aunque la Hermana Pat desconoce cuánto tiempo su bienestar persistirá, ella dice que estar sumergida en la Misericordia le ayuda a prepararse para la muerte mientras vive con total plenitud. «Me siento muy bendecida de no haber muerto cuando estuve en el hospital», dice la Hermana Pat. «El no saber que estaba llegando al final de mi vida habría sido una gran privación». Después de ser Misericordia para otras/os toda una vida, dice la Hermana Pat, recibirla de sus amigas y enfermeras «es una experiencia humilde e intensa». Luego añade, «Pienso que la Misericordia es una experiencia de ambos sentidos. Mis circunstancias presentes me dan el impulso para permitir que otras personas sean misericordiosas conmigo».

El dar y recibir de la Misericordia toma su forma concreta en las 849 tarjetas (¡y sigo contando!) que cubren las paredes del comedor de la Hermana Chris —una habitación que se ha convertido en el dormitorio de la Hermana Pat— en una gran «pared de amor», como lo llama una asistenta social. «Es probable que el 75 por ciento de estas tarjetas son de las Hermanas de la Misericordia», comentó la Hermana Pat. «Me siento conmovida por la cantidad de personas que oran por mí. ¡Emocionada!»

Las tarjetas escritas a mano le dicen que ella ha sido un regalo para las personas que la aman y cómo ella estuvo allí para esas personas durante los momentos difíciles en sus vidas. «Las personas están expresando sus sentimientos en estas tarjetas que no solemos escuchar, expresiones que se dirían en su velorio o funeral», piensa la Hermana Pat. «Es muy emocionante para mí que las personas se sientan lo suficientemente libres de decirme que soy importante en sus vidas». El «círculo de la Misericordia» que la ha envuelto desde que empezó su enfermedad le permite vivir con la incertidumbre, dice ella.

En lo que ahora le parece predestinado, ella participó en un retiro en California en la primavera pasada cuyo tema fue «orar con lucidez, vivir con lucidez, morir con lucidez». Recientemente, una amiga la animó a decidir quien quería que la ayudara a «cruzar» cuando llegue el momento. La Hermana Pat eligió a Jesús y a su padre. «Ellos son los ‘parteros’ que me llevarán a un nacimiento seguro hacia la eternidad», expresó con una sonrisa dócil. «Lo que estaré cruzando es una vida más grande, más profunda, más fuerte. Confío en ello».