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Lazos de Misericordia Madre-Hija: Hermanas y Mamás

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Por Catherine Walsh, Escritora Sénior 

El Día de la Madre es un momento para recordar a las madres y figuras maternas de nuestra vida, cómo influyeron en sus hijas/os y apoyaron sus sueños. He aquí algunas historias de Hermanas de la Misericordia y sus mamás, algunas de ellas recientes y otras recogidas de historias contadas a lo largo de los años. 

«Mamá me quería»   

Hermana Eileen Boffa con su mamá Suzanne al ingresar con las Hermanas de la Misericordia en 1962. 

Tras ser internada en un orfanato, Hermana Eileen Boffa vivió en una casa tutelar hasta los 4 años y medio, cuando Suzanne y William Boffa la adoptaron. «Recuerdo el día con claridad, ya que para mí fue traumático. Grité y vomité helado por toda mi ropa nueva». 

Pero no tardó en adaptarse. «Pronto supe que tenía una familia muy cariñosa», dice, recordando «una infancia absolutamente maravillosa» con una madre (y un padre) cariñosos que pasaban mucho tiempo con ella y sus hermanos adoptivos Jack y Billy. «Mamá me dijo que pudo haber tenido una niña pequeña, pero que me quiso a mí». 

La mamá de Hermana Eileen se convirtió al catolicismo guiada por una Hermana de la Misericordia. Movida por la sensación de que «había algo hermoso en las hermanas, en su alegría por servir a Dios y ayudar a los demás», Eileen ingresó en la orden después de la escuela secundaria. Lleva años trabajando con mujeres y hombres sin hogar en Bridgeport, Connecticut. Y hasta que su madre falleció a los 98 años, Hermana Eileen jugaba al rummy con ella en sus visitas mensuales. 

«¡Tenías que ser organizada con 15 infantes!» 

Hermana Kay Graber, con su mamá Kate en 1937, fue la 15ª hija de su familia y llegaría a ser su cuarta Hermana de la Misericordia. 

Hermana Katherine «Kay» Graber, la más joven y única sobreviviente de 15 hermanas/os, en una familia que incluía a cuatro Hermanas de la Misericordia, atribuye a su madre Kate su vocación a la Misericordia, así como a sus tres hermanas mayores que se hicieron hermanas antes que ella. «Siempre he dicho que tuve la influencia de dos grandes Catalinas en mi vida», dice. «Los principios de mi madre coincidían con los de Catalina McAuley», fundadora de las Hermanas de la Misericordia. 

Las dotes organizativas de su madre le ayudaron a perfeccionar las suyas, lo que fue clave cuando llegó a ser administradora de un hospital y líder de la comunidad de Albany, Nueva York, de las Hermanas de la Misericordia (hasta que se retiró hace unos años). 

«Mi madre fue muy organizada. Tenía que estar con 15 infantes», dice Hermana Kay, que afirma que «recibió la formación básica en su casa para el noviciado». Pero señala riendo que sus hermanas/os se rotaban las tareas, sustituyéndose mutuamente para permitirse actividades sociales. 

«Primero son mujeres, luego monjas» 

 
Hermana Larretta Rivera-Williams (abajo) con su mamá Elizabeth, a quien llamaban cariñosamente «Puddyn». 

Hermana Larretta Rivera-Williams (abajo) con su mamá Elizabeth, a quien llamaban cariñosamente «Puddyn».

Movida a ser Hermana de la Misericordia por las hermanas que conoció en la universidad, Hermana Larretta Rivera-Williams se sintió conmocionada por el racismo que vivió en una comunidad totalmente blanca en Belmont, Carolina del Norte, a principios de la década de 1980. Recurrió a su madre, Elizabeth Rivera-Ervin, en busca de apoyo. «Llamaba llorando a mi casa, y mi madre me decía: “Recuerda, siempre puedes volver a casa, pero estás donde sientes que Dios quiere que estés y, si es verdad, podrás quedarte allí. Pero recuerda que primero son mujeres y luego monjas”». 

Hermana Larretta ha logrado la sanación emocional en los últimos años, gracias al ejemplo de su madre, a las hermanas que escucharon sus historias y al compromiso de la Misericordia de desmantelar el racismo. Su madre vivió en el convento de Belmont durante los tres últimos años de su vida y Hermana Larretta se trasladó allí el año pasado tras jubilarse del ministerio parroquial de atención pastoral en Winston-Salem. 

«He compartido tanto con mi madre» 

Lori Williams, a la izquierda, y su hija, Hermana Kelly Williams 

Hermana Kelly Williams no sólo está muy unida a su mamá Lori, sino que las dos disfrutan de un vínculo inusual con la Misericordia. En el Día de la Madre hace unos años, Hermana Kelly compartió cómo creció «en medio de la Misericordia», con Hermanas de la Misericordia viviendo en su calle y enseñando en su escuela secundaria, la Academia San Vicente en Savannah, Georgia, donde su mamá enseñó más tarde. 

La profunda espiritualidad de su mamá (y también la de su papá) la impulsó a abrirse a la vida religiosa, después de la universidad, cuando se acercó a las Hermanas de la Misericordia en Belmont, Carolina del Norte. Expresó sus sentimientos en un poema titulado «Compartiendo a mi madre», que describe la fe que compartían